Las asignaturas de proyectos eran en la Escuela de Arquitectura de Valencia, allá por los setenta, la madre del cordero. Como rama troncal de todo el aprendizaje al que nos sometíamos para ser arquitectos, eran las que nos daba las mayores alegrías y los más desalentadores disgustos.
Estructuradas en tres cursos, a partir del tercer año, y con el Proyecto final de Carrera como colofón, nos deslumbraban, las amábamos y nos mataban.