Cuando yo era pequeño mi
madre siempre me llevaba al cementerio el primer día de Noviembre. Además estrenaba
abrigo. Ahora ya no voy con este atuendo, dado el supuesto cambio climático, pero el
ritual de la visita persiste.
La cita obligada a esta ciudad de los muertos
siempre despierta en el variado personal que acude un ramillete de sentimientos encontrados. En esas fechas hay
quienes entran de puntillas y se marchan lo antes posible. Oros hacen
del lugar su segundo estar y apuran el día hasta con merienda.