Como ahora bien sabemos, cuando la arquitectura racionalista inicio su andadura durante el primer tercio del siglo XX en Europa, convivió y libró su particular batalla cultural con las otras corrientes entonces existentes en el panorama arquitectónico y representadas por arquitectos que no participaron de los planteamientos de este movimiento.
También ahora conocemos que el sistema de promoción y publicidad que acompañó a la arquitectura racionalista fue muy potente en sus años de inicio, tanto por intereses políticos y económicos, como de pura oportunidad coyuntural internacional.
Fruto de esta pertinaz propaganda, los arquitectos que no participaron de aquel racionalismo fueron repetidamente silenciados, proscritos o repudiados por la historiografía y la crítica arquitectónica de su época y la de los años inmediatos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Crítica descaradamente adscrita al mismo Movimiento Moderno y al dictado de la ideología cultural y política de los vencedores de la gran contienda.