Cuando yo era pequeño mi
madre siempre me llevaba al cementerio el primer día de Noviembre. Además estrenaba
abrigo. Ahora ya no voy con este atuendo, dado el supuesto cambio climático, pero el
ritual de la visita persiste.
La cita obligada a esta ciudad de los muertos
siempre despierta en el variado personal que acude un ramillete de sentimientos encontrados. En esas fechas hay
quienes entran de puntillas y se marchan lo antes posible. Oros hacen
del lugar su segundo estar y apuran el día hasta con merienda.
A mí me gustan los cementerios. Sobre todos
cuando están, mas bien, vacíos. Con todo, cuando están repletos de visitantes es muy significativo el observar tanto las lapidas como
la reacción de los familiares ante ellas. Los hay circunspectos, con actitud
rígida y respetuosa y con lagrima fácil y perenne. Y otros, más alborotadores y
parlanchines, que al marcharse devuelven la tranquilidad y la paz al lugar. Pero todos demuestran su relación con el padre, el abuelo o el hijo difunto de la forma habitual en que lo hacían en vida.
En los cementerios existen también las clases sociales. No es lo mismo un difunto situado en una de las hileras bajas que en las intermedias o en las superiores. El status se mide por la altura al que colocan a uno. Y por supuesto, los que moran en mausoleos independientes son la creme de la creme de esta pretérita comunidad.
Por estas tierras, cuando uno visita los humildes cementerios locales, lo usual es toparse con la misma liturgia espacial : la típica entrada, a modo de castillete y con la dependencia del vigilante
en un costado y la exigua oficina en el otro. Luego el parterre, si existe, y las calles y placitas pavimentadas con áspero cemento. Y finalmente, las monótonas construcciones, con los nichos seriados y anodinos, de ladrillo amarillo paja y cubierta a dos aguas de teja anaranjada.
Estos cementerios, masificados y modestos y en donde, al parecer, la parquedad del presupuesto municipal y el precio del valor del suelo también se imponen, han ido evolucionando lamentablemente a peor. Son los herederos pobres de otras necrópolis con más sentimiento y transcendencia, como las ancestrales y rurales situadas alrededor de la iglesia del pueblo, con fosas individuales y románticas lápidas, o como las más urbanas y pudientes, decimonónicas, con sus exuberantes atrezos de ángeles y arcángeles por doquier.
Pero, vista la desnudez imperante en muchos de los actuales, se intuye que este es el signo economicista e industrializado de los tiempos presentes que arrincona a nuestros mayores
en unas monótonas y aburridas estructuras funerarias, con aires de vivienda de protección oficial, y que más se parecen a tristes arrabales de ciudades
sin alma
Por ello cuando uno se
encuentra con excepciones, que confirman la regla, el ánimo se reconforta y los
sentimientos mudan a mejor. Son esos cementerio donde, con la mano del arquitecto, se ha transcendido de la anodina acumulación de difuntos a espacios llenos de poesía y respeto donde habitar con la muerte.
Cito algunos cementerios que siempre me han impresionado y en donde, en mi opinión, la arquitectura ha tendido la mano tanto a los vivos y a los muertos.
El
Cementerio del Bosque. Estocolmo. 1920. Gunnar Asplund.
Los
arquitectos suecos Erik Gunnar Asplund y Sigurd Lewerentz fueron los ganadores
de un concurso, en 1915, para la construcción de un gran cementerio en Estocolmo y que, dado su valor alcanzado, se convertiría en Patrimonio de la Unesco. Su propuesta destacaba por el
naturalismo romántico que hacía del
bosque nórdico la experiencia dominante.
Este cementerio es pura naturaleza. Las hadas y los druidas de la arquitectura nórdica se encuentran por doquier y, en cada paso, nos lo recuerdan las místicas construcciones. El cementerio respira un el halo de eternidad y de romanticismo en estado puro.
Aunque con influencias de la tradición romántica de la jardinería inglesa,
Asplund y Lewerentz, no tomaron como base para este lugar la arquitectura culta ni el
planteamiento paisajista, sino que acudieron a los arquetipos vernáculos propios
de los enterramientos medievales plasmados en la pintura romántica.
La visita al cementerio asombra por su grandiosa delicadeza. Sol y sombra se disputan, a través de los altos arboles, el dominio de un terreno sereno en el que las pequeñas lápidas están acompañadas, de vez en cuando, por unas sillitas plegables de hierro y madera vacías, recuerdo solitario de la ausencia de algún familiar querido..
La capilla menor, proyectada y construida entre
los años 1918 y 1920 por Asplund, consiste en una construcción de reducidas
dimensiones y compuesta por un
pórtico de 12 columnas que da acceso a un espacio en cúpula semiesférica. La
imagen de la capilla, situada en medio de un bosquecillo de abetos, rodeado por un muro, es de un registro muy intimo de iglesia
rural perdida en la oscuridad del bosque.
Así, aunque la planta y los principales elementos son clásicos, Asplund, manifiesta en todo su exterior su querencia y enraizamiento con lo vernáculo.
El oscuro tejado de la capilla no solo evoca la iglesia rural, sino que, sutilmente alteradas sus proporciones y aislado al levantarse sobre columnas toscanas, se convierte en una primitiva pirámide de madera flotando en medio del bosque de abetos. Como arquitectura que imita a la naturaleza este tejado piramidal reproduce la forma de las ramas mientras que las columnas son los troncos de los árboles.
Tumba
Brion. Cementerio de San Vito. Trevisso. 1978. Carlo Scarpa.
Una de las obras fundamentales de Carlo Scarpa es el
complejo de la Tumba Brion, con una extensión de unos 2000 metros
cuadrados, en el cementerio de San Vito d’Altivole, en Treviso y realizada entre
los años 1969 y 1978.
Una serie de objetos arquitectónicos constituyen este
complejo: la iglesia, la capilla, las tumbas de los cónyuges Brion
y el pabellón en el agua. El núcleo de la composición es la zona que alberga las urnas de Giuseppe y Onorina Brion en un espacio ricamente decorado.
El complejo está organizado en una zona sobre el nivel de la campiña y Scarpa lo circunda con una alta pared inclinada hacia el interior. Esta especie de cortina impide la vista desde fuera de la zona del cementerio, y al mismo tiempo, permite al visitante ver el paisaje.
Esta es una obra cargada de simbolismo que habla de la unión conyugal, de la vida y de la muerte. Es, también , en un área aislada pequeña, el lugar de la tumba del arquitecto .
Lleno de mimo y cuidado
hasta el extremo, el conjunto es una suerte de trabajo sobre un material, el hormigón, que Scarpa consigue
ennoblecer. Trabajado como una joya, lo enriquece con uno y mil recursos y con pequeñas inserciones de
mosaicos de vidrio alojados en las cavidades previstas durante la elaboración de los
muros.
Además de las inserciones de los mosaicos de vidrio, hay un trabajo esmerado en el tratamiento del hormigón, con escalonamientos y remates en techos, realizados con una precisión milimétrica que requiere un trabajo concienzudo de la fase de dosificación durante el encofrado y, también, de pericia y experiencia en el proceso de desencofrado.
Cementerio
de San Cataldo. Modena. 1978. Aldo Rossi.
Aldo Rossi,
maestro de la “tendenza italiana” de los años ochenta, es reconocido por su
trabajo teórico e intelectual que traslada a sus dibujos y sus obras de arquitectura. El cementerio de San Cataldo es un claro ejemplo de esto.
Rossi cree en la representación de las tipologías y que en ellas está contenido gran parte del conocimiento arquitectónico a través de la historia. A partir de esta idea, y en combinación con referentes de los cementerios judíos próximos construidos en el siglo XIX, nace el diseño para San Cataldo, que en colaboración con Gianni Braghieri gana el concurso en 1972.
El cementerio de Rossi, repleto de simbología, recuerda el paso del tiempo, los vestigios de la muerte y la historia que el lugar guardaba un siglo atrás.
Para delimitar el lugar, Rossi utiliza un muro perimetral similar al que se encuentra en los cementerios ancestrales en la costa cercana. “La casa de los muertos” es un gran bloque con una serie de perforaciones y en manera similar a los vestigios que deja una antigua construcción en ruinas. Tras el aparece una sucesión de paralelepípedos que van aumentando su altura en una planta triangular como costillas fragmentadas. La composición se remata en un gran cono, que contiene la fosa común.
El arquitecto milanés consigue en San Cataldo una aquitectura metafísica donde el visitante se enfrenta inevitablemente con la idea de la muerte.
Cementerio
de Fisterra. 1995. Cesar Portela.
Para este cementerio
transcribimos las reflexiones que el mismo Cesar Portela realizó sobre el mismo
“La arquitectura que pide el
Cabo Finisterre, al menos la que a mi me pide, es una arquitectura entendida como
prolongación del propio paisaje, disuelta en la naturaleza, silenciosa, casi
inexistente.”
“La propuesta contempla la construcción de un cementerio, fragmentado en un conjunto de pequeñas edificaciones, articuladas en torno y a lo largo de pequeños caminos existentes, que discurren por las laderas de la montaña, carente de cualquier tipo de cierre, y con la presencia continua del mar como telón de fondo. La ruptura del concepto de recinto, la disolución de sus Límites, y la supresión de muros, implica también la perdida de referencias del espacio habitual".
“En este cementerio se echa mano de otras referencias, estableciendo otros límites, ¿cuales?: aquellos que jalonaban los antiguos enterramientos celtas: el mar, el no, la montaña, el cielo. Un cementerio cuyos muros son la colina, la montaña,el no y el mar,y cuyo techo es el cielo.”
“La imagen del cementerio, será la de una senda, una vereda, un río, una serpiente, que desciende sinuosamente por la ladera de la montaña hasta el mar, adaptando su trazado a la accidentada topografía del terreno, y en cuyos bordes las sepulturas, grandes cajones, bloques rocosos de geometría aristada, recuerdan las enormes formas graníticas diseminadas en las faldas de los montes, que se acumulan en las revueltas, en los lugares mas llanos, como si al rodar ladera abajo encontrasen un lugar para detenerse, en tanto que otras, mas osadas, avanzan superando los accidentes del terreno y ruedan y se precipitan por el acantilado, llegando hasta la orilla del mar, donde permanecen para siempre, siendo modeladas sus formas por la implacable acción del oleaje y del viento, del tiempo en definitiva.”
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Cementerio de Igualada.
1994. Enric Miralles y Carme Pinós.
La tipología del cementerio de Miralles y Pinós es sencilla y consiste
básicamente en una capilla, un centro administrativo y la zona de tumbas compuesta por un taludes invertidos en los cuales se insertan los
nichos funerarios.
El contenido simbólico es muy alto, con pasos y puertas que nos recuerdan a tumbas profanadas, y caminos que nos guían, pero que a su vez nos proponen bifurcaciones, que inspiran un tránsito entre la vida y la muerte. Es un espacio de reflexión puramente metafísico.
La construcción se prolongó durante más de una década, gracias a lo cual el proyecto consiguió un valor añadido, ya que una obra centrada conceptualmente en el transcurrir del tiempo no podía más que beneficiarse de un largo proceso constructivo. Esta sensación de obra inacabada es muy interesante porque, en cierta forma, nos transmite una relación con la melancolía de la ruina y de la evolución de la arquitectura con el tiempo.
El cementerio está repleto de símbolos y referentes cristianos totalmente tamizados en una forma abstracta. Símbolos que el cristiano puede reconocer pero que alguien no familiarizado con esta simbología puede simplemente disfrutar estéticamente: tablones de madera que se insertan en el paseo que nos recuerdan a la pasión con esculturas abstractas metal.
Todos estos elementos configuran un paseo reflexivo y sensorial, un camino que nos lleva por un paisaje arquitectónico austero, atemporal, entre la ruina y lo futurista. En definitiva, una arquitectura para sentir.
Ampliación
Cementerio de San Michelle. 2008. Venecia. David Chipperfield.
Uno de los primeros rasgos que destacan de la
propuesta de Chipperfield es el de su compacidad. El proyecto está
constituido por un conjunto arracimado de prismas de diferente proporción que se
muestran como una única entidad. Externamente se presenta como una
serie de volúmenes, abstractos y herméticos, ortogonales respecto a las directrices
del cementerio actual.
El cuerpo del crematorio se eleva sobre el resto de las construcciones ejerciendo de contrapunto visual a la iglesia de San Michele. Su perímetro rectangular filtra la luz a través de una celosía de piedra de Istria, material este que viste a su vez las principales edificaciones. En torno a él, y próximos a la dársena, se sitúan el resto de los recintos de servicios Sólo cuando se penetra en el interior, a través de las escasas y reducidas aberturas de esas edificaciones, se descubre que se trata de volúmenes vaciados que conforman los patios en cuyo perímetro rectangular se instalan los nichos.
El resultado es, paradojicamente, contundente a la vez que mínimo.
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Excelente ! , gracias por compartir este compendio de proyectos casi sagrados donde la muerte se encuentra con la estética de los espacios.
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