Que un arquitecto construya su propia casa puede alcanzar y suponerle niveles de orgasmo.
Que, tras años de satisfacciones y desilusiones profesionales haciendo arquitectura para otros, pueda realizar la que va a ser su morada no tiene fracaso en el lanzamiento de esta de moneda y siempre le saldrá por el lado de la cara. El realizar su casa supone un reto personal y en ella sintetizará todo aquello que no ha podido alcanzar hasta entonces. El arquitecto volcara allí sus principios, sus anhelos incumplidos y su propio universo.
Yo, personalmente, no he pasado de una modesta reforma en mi propia vivienda sobre una casa original de mediados del siglo pasado, pero puedo asegurar que la tarea es excitante. Liberado de los caprichos del cliente de turno, de la mera y maldita especulación de la promotora, o de la esquizofrenia de la Administración, cada muro, cada rincón, cada detalle, se estudian y se ejecutan con un ansia nueva y una libertad desconocida.