APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE

APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE



Impenitente : Adjetivo. Que persevera en un hábito.
Ausente : Nombre común. Aplicado a personas o cosas. De lo que se ignora si vive todavía o donde está



"Un artista verdadero es alguien que está preocupado por muy pocas cosas."
Aldo Rossi


"No habrá otro edificio"
Louis Kahn


sábado, 7 de marzo de 2015

HISTORIAS DEL POLI (3). EL PROYECTO.



Las asignaturas de proyectos eran en la Escuela de Arquitectura de Valencia, allá por los setenta, la madre del cordero. Como rama troncal de todo el aprendizaje al que nos sometíamos para ser arquitectos, eran las que nos daba las mayores alegrías y los más desalentadores disgustos. Estructuradas en tres cursos, a partir del tercer año, y con el  Proyecto final de Carrera como colofón, nos deslumbraban, las amábamos y nos mataban.

Porque, ¿como se aprende a proyectar?. De la docencia al uso en aquella época no cabía esperar gran cosa, así que cada uno tenia que recorrer su camino y, más que buscar, encontrar. Poco a poco nos fuimos enterando de lo que era esta maravillosa tarea. Evaluar, analizar, sintetizar, crear y muchos dibujos tirados a la papelera en interminables horas en el silencio de la noche, bajo el viejo flexo, eran las claves para llegar al anhelado puerto. Algunos no lo encontrábamos ni a la primera, ni a la segunda ni a la tercera y la desazón era manifiesta. Pero cuando, tras mucho tiempo de insomnio y café, uno creía avistar algún retazo de posibilidad la dicha era inexplicable
.
En mi caso particular diré que yo me enteré en los primeros cursos vagamente de lo que significaba proyectar y solo cuando llegue al Proyecto Fin de Carrera comencé a tener consciencia de ello. Y eso que siempre aprobé las asignaturas de proyectos a la primera (excepto en Proyectos II, donde como ya he contado en otra entrada, me cascaron un 4,5 por no poner suficientes armarios en una vivienda. (Este era el nivel).

Lo que si descubríamos inmediatamente, cuando llegamos a Proyectos I era que aquello, dada la coyuntura docente,  se convertía en un dislate la mayoría de las veces.

Pronto aprendimos que la cuestión para el triunfo del aprobado consistía en presentar la mayor astracanada posible de forma que el corrector quedase estupefacto y sin saber que decir. Porque si llevabas una solución normalita el profesor de turno te laminaba.

Recuerdo que en un cuelgue de presentación de ideas para la resolución del vació urbano resultante de la supresión de la playa de vías de la Estación del Norte, en Valencia, un estudiante atrevido (que luego ha acometido cargos de responsabilidad en el tráfico en Tokio), y al que llamábamos "el pintor", presentó un dibujo en el que del sexo de una muchacha desnuda salían decenas de raíles férreos retorcidos para simbolizar, en su criterio, el caos imperante en la actuación urbanística solicitada. Naturalmente al mojigato profesor, que venia de darnos algunos rapapolvos a los más moderados, se le atragantaba la garganta y para que nadie le tildara de reprimido, ante una audiencia expectante, era capaz de sacar algún comentario también disparatado e incluso favorable de aquel aquelarre.

También había profesores chistosos que, prendidos de un manifiesto minimalismo, propugnaban la máxima estoicidad en la expresión gráfica del proyecto, cosa en principio laudable. Pero los modos eran imposibles y a aquello que representábamos en planta las duchas con su orificio de evacuación y una sinuosas estrías de aguas convergentes al mencionado orificio, se nos decía, estupidamente, que no hacia falta dibujar los pelos.  Así iba aquello.

Con todo nuestra ilusión y nuestras esperanzas no decaían.

En Proyectos II no me enteré de mucho. Tal vez porque el imposible comenzaba con la propuesta de proyectar una serie de edificios de viviendas en la ladera de un monte coronado por un magnifico castillo protegido por los más incontables estamentos. Así, que en aras de la mimetación nos convertimos en proyectistas militares que, mediante casamatas y troneras, pretendían esconder las cocinas, las chimeneas, los salones, las cristaleras y los volúmenes de las escaleras. Como luego se constataba, las soluciones apuntaban a la linea Maginot y algunas propuestas era como si la guerra del Libano se hubiera trasladado a nuestra humilde ladera. Pero, sorprendentemente,  estas propuestas iban siendo aceptadas y algún que otro estudiante, envalentonado, propuso finalmente la construcción de las viviendas a modo de otro castillo que dialogara con el existente. Como esto ya superaba lo imposible una mañana, y ante la vista de todo el personal, fue proyectualmente decapitado.

Cuando uno llegaba a Proyectos III la esperanza era máxima puesto que en ella nos esperaba el catedrático de mayor solvencia. Pero pronto vimos que, encastado en edad y  manías personales había convertido el departamento en una pequeña dictadura en la que para aprobar nos teníamos que someter a sus caprichosos dictados. El anhelo de progresar y de no salir mal parados rayaba en la paranoia. Cuando tras observación meticulosa de un proyecto colgado en un panel, y tras mediciones esotéricas sobre el mismo con un decímetro, de esos que van en un pequeño calendario de cartón, el catedrático exclamaba un "puede ser", al afortunado alumno le daba un subidón tal como si se hubiera fumado un porro. Nada le sonaba más agradable y cautivador que ese "puede ser". El alumno danzaba, saltaba y era, envidiosamente, felicitado por sus compañeros. A los que no eramos tan afortunados, el catedrático nos dejaba plantados sin decirnos palabra y sumidos en la mayor desolación.

Y así iban pasando los días hasta que uno llegaba al Proyecto Final de Carrera. En este, la escabechina estaba asegurada y el numero de alumnos que iban aprobando mas parecía ser un cupo reglado que otra cosa.

En el PFC nos esperaba, amen del mismo catedrático, una pléyade de profesores, cada uno presumiblemente docto en su materia. Como todos querían aportar su granito de arena al descalabro y, para que no se notara que que no tenían mucho que decir, arremetían contra el proyecto y uno a uno le iba metiendo mano de forma que mayoritariamente este quedaba destrozado y en pañales solo recogido, como madre amamantisima, por el alumno autor. Era el esperpento en su mayor escala. A alguna compañera se le soltaba alguna lágrima y a algún que otro le salían expresiones injuriosas. Esto del PFC no tenia términos medios. El proyecto presentado era alabado o fulminado sin saberse muy bien porque, de forma que salvo excepciones manifiestas, aquello era una especie de ruleta rusa en la que la cabeza a volar o a supervivir era la nuestra.

Cuando uno aprobaba el PFC se iba con el titulillo bajo el brazo a su casa y entonces comenzaba a conocer lo que era esta profesión. Se suponía que ya sabia proyectar y que estaba preparado para las mayores empresas. Pero esto no era así. El alumno transmutado a arquitecto debería todavía recorrer un largo camino hasta empezar a vislumbrar, a base de aciertos y fracasos, que es el proyectar.

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