APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE

APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE



Impenitente : Adjetivo. Que persevera en un hábito.
Ausente : Nombre común. Aplicado a personas o cosas. De lo que se ignora si vive todavía o donde está



"Un artista verdadero es alguien que está preocupado por muy pocas cosas."
Aldo Rossi


"No habrá otro edificio"
Louis Kahn


“Nada es tan peligroso en la arquitectura como tratar los problemas por separado”
Alvar Aalto


domingo, 8 de junio de 2025

HISTORIAS DE LA ESCUELA DE ARQUITECTURA DE VALENCIA (3) . LOS PROYECTOS.



En nuestra Escuela de Arquitectura, a finales de los setenta, las asignaturas de Proyectos eran las que nos daba las mayores alegrías y los más terribles pesares. Estructuradas en tres cursos a partir del tercer año, más el Proyecto Final de Carrera como colofón, nos deslumbraban, las amábamos y nos mataban.

En la mitología académica esta mágica triada, con su aura de prestigio y enjundia, sobrevolaba mayestáticamente sobre el resto de las otras materias. Todos sabíamos que eran la reina-madre del programa docente y que su conocimiento sería el embrión fundamental de nuestro aprendizaje.

Lo habitual, salvo para los elegidos, era el acceder lenta y difusamente a la comprensión y el conocimiento de lo que significaba proyectar. Mi caso no fue una excepción y solo cuando llegué a los últimos cursos comencé a tener una ligera consciencia de ello. Y eso que siempre aprobé estas asignaturas a la primera, excepto en Proyectos II donde, como ya he contado en otro articulo, me cascaron un 4,75 por no poner suficientes armarios en las viviendas proyectadas. Este era el nivel. (Véase en este blog el articulo “Elogio del armario, del pasillo y del recibidor”).

Por que, ¿Cómo aprender a proyectar?.

Nuestra juvenil impaciencia, ansiosa de resultados instantáneos, junto a la habitual inexperiencia en que vegetábamos y el mejorable bagaje cultural, aun en ciernes, con que muchos llegábamos a la Escuela, difícilmente casaban, es más, claramente chirriaban, al confrontarse con esta disciplina que demanda, entre otras capacidades, una manifiesta cultura artística y técnica, grandes dosis de análisis y de síntesis y, además de acumulada experiencia, holgados tiempos de reflexión y maduración, cuestiones estas que solo podían adquirirse muy parcialmente en los cortos y apresurados años de nuestro paso por la Escuela.

A esta tarea tampoco ayudaban muchos de los vicios docentes de la época y a los cuales nuestra Escuela no era ajena. Trufada de las contradicciones estructurales propias del sistema convivían, amalgamados, rescoldos de pasados comportamientos autoritarios, heredados de la etapa política anterior, y la frecuente confusión de roles en buena parte del alumnado y hasta del cuerpo docente (se tenia a gala el ser todos colegas por aquel entonces).

En cuestiones internas se producían sucesos de mayor calado tales como las desvergonzadas practicas endogámicas, por familias y asignaturas, o las valiosas perdidas de profesores de gran talento y criterio, tras trayectorias azarosas con abandonos o ceses, ninguneados o relegados por tristes razones burocráticas, luchas internas, o por su no pertenencia a la oportuna capilla de intereses académicos-personales. Y en otras cuestiones era habitual, incomprensible y fácilmente reparable, la ingrata descoordinación entre los contenidos de materias, troncales o auxiliares, y sus imposibles calendarios.

Todo esto, obviamente, también se reflejaba y percibía en el Departamento de Proyectos Arquitectónicos de aquel entonces.

A pesar de ello, la ilusión y la perseverancia nos mostraban algunas claves para abordar la maravillosa tarea del proyectar : analizar y sintetizar con rigor y sensatez, no perder de vista la historia y husmear el futuro, seguir estrechamente a los maestros y aprender de sus rebeldías, o trasegar con un sin fin de dibujos y bocetos, muchos con destino final en la papelera tras largas horas de reflexión sobre el tablero y bajo el viejo flexo. Estas eran las armas con las que uno debía contar

Aun sabiendo de la necesidad de estos menesteres, muchos ni a la primera, ni a la segunda ni a la tercera conseguíamos fácilmente despegar y manejar las innumerables variables del complicado universo de la teoría y la practica de la ideación. En los periodos de extravío proyectual afloraba la desazón y la autoestima rodaba por los suelos.

En compensación, cuando, tras jornadas plagadas de dudas uno creía avistar en el horizonte, entre tantos trazos y borrones gráficos y mentales, un retazo de posibilidad en su puzle compositivo y, además, podía sustentarlo con cierta carga teórica robada apresuradamente de alguna publicación, la dicha era inexplicable. Todavía no éramos muy conscientes que proyectar una vivienda, un colegio o un cementerio era una continua reflexión sobre la personas y sus vidas.

Como conclusión existencial se intuía que, tanto con el auxilio del profesorado o sin el, cada uno tendría que recorrer su solitaria y personal travesía en esto del proyectar y, entre luces y sombras, buscar, intuir y tal vez encontrar. Y también se presentía que este ejercicio no terminaría cuando, finalizados los estudios, colgáramos nuestra placa en el portal. Sería, seguramente, un largo viaje de muchos años.

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MIES VAN DER ROHE ERA NUESTRO CAMPEON DEL RACIONALISMO
CASA CON TRES PATIOS. 1934.


En el segundo año de la carrera, y como antesala de los cursos de proyectos, se impartía una asignatura denominada ELEMENTOS DE COMPOSICION (creo que aun continua con este nombre) y en la que, a modo de aperitivo, uno se iniciaba en pequeños temas proyectuales y en el conocimiento básico de la semántica y la sintaxis del lenguaje de la arquitectura.

En mi curso, esta asignatura la impartían entonces los profesores José Luis Gisbert y Juan de Otegui, arquitectos muy involucrados en la tarea pedagógica, con muy buen conocimiento profesional y mejor información sobre la arquitectura del momento. Con ellos descubrimos y diseccionamos algunas obras de los Five Architecs, recién publicado su mítico libro, y también conocimos y exploramos los primeros episodios de la tendenza italiana y de otras movidas que nos llegaban del exterior.

Visto ahora, me parece que los temas planteados en esa asignatura, aunque parecían de entrada triviales en su misma exposición, contenían una deliberada carga que alentaba permanentemente la revisión y autocritica de nuestros personales códigos y percepciones sociales, obligándonos a enfrentarnos, consciente o inconscientemente, con los prejuicios con los que muchos veníamos de casa.

Recuerdo un tema propuesto en esta asignatura consistente en proyectar una habitación para dos estudiantes de un imaginario Colegio Mayor / Residencia de Estudiantes. La única condición era que la planta de la habitación, a organizar y resolver, debía tener su perímetro en forma de L, resultante de la unión de tres cuadrados de 3x3 m. Todas las demás variables como la situación de la puerta de acceso, la ubicación de las ventanas en fachadas, la posible transgresión del mínimo programa propuesto, la decisión de disponer de un aseo compartido, o no, y el plantear cualquier otra circunstancia que a uno se le ocurriera quedaban a la libre decisión del estudiante proyectista.

Y aunque el tema parecía simpático y sencillo, pronto uno se daba cuenta y se ejercitaba, en la gran cantidad de variantes que iban apareciendo tras cada decisión inicial adoptada. Y como las distintas series compositivas, de familias y subfamilias, surgían y se reproducían sin final aparente, solo autoimpuesto cuando uno, casi por agotamiento, decidía poner punto final al proceso. Porque, como en las matriuskas rusas, tras cada solución casi siempre aparecía una variante más. El ejercicio enseñaba, a los aspirantes a arquitecto, la necesidad de exprimir todas las posibilidades trabajando con rigor y a no contentarse cómodamente con la primera idea feliz.

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CASA FLEISHER.LOUIS KAHN. 1959.

                       

Tras este este primer contacto con la materia proyectual uno accedía, con gran ilusión, a la ansiada triada de las asignaturas de proyectos para llegar, finalmente, a la guinda del pastel que sería el Proyecto Final Carrera.

Pero en los primeros compases de esta travesía se descubría que, dada la particular coyuntura, aquello no iba a ser precisamente un camino de rosas para el alumno pues, - mientras cargaba su mochila de teorías y practicas del aprender a proyectar, - debería transitar periódicamente y según la liturgia procedimental establecida, por un trance supremo para el y ciertamente inevitable y necesario cual eran las sesiones de corrección del proyecto, cuestión esta que muy a menudo le propiciaba un cúmulo de incomprensibles distorsiones mentales y hasta algún que otro coscorrón emocional.

Porque las sesiones de corrección, - en un ámbito tan subjetivo como el de la ideación, con tan multiples y hasta contrapuestas teorías, sin verdades absolutas ni métodos científicos determinantes, envueltas en la etérea atmósfera de tan escurridizas razones como las inclinaciones estéticas personales o los inaprensibles sentimientos artísticos de cada cual y acompañadas, además, de manejables apelaciones a la historia, el arte, o a la técnica, - eran campo abonado para la aparición de continuos desencuentros entre alumno y profesor.

En estas correcciones, - en donde fácilmente afloraban las filias y fobias de unos y otros sobre los movimientos arquitectónicos, presentes y pasados, y las alusiones sobre los recursos conceptuales o estilísticos empleados por el alumno (habitualmente cargados de manías personales), con las obligadas renuncias de este y sus apelaciones infantiles a la supuesta libertad individual coartada o a la incomprendida creatividad,- solían mostrar, veladamente y en muchos casos, las intimas frustraciones y los fantasmas personales del alumno y también, a veces, hasta los del mismo profesor,

Todo ello, naturalmente, no hacia este trance fácil para el corregido, y tampoco para el corrector, a no ser que este fuera un ególatra redomado y aquel un pusilánime acólito.

Porque si bien se suponía que en la practica del aprender a proyectar no cabrían imposiciones ni principios inamovibles y que la corrección del proyecto debía ser una reflexión común y fructífera en la que la opinión del profesor, con mayor experiencia y conocimientos, orientaría y encauzaría las naturales lagunas y extravíos del alumno haciéndole reflexionar serenamente sobre sus errores, o induciéndole a considerar otras alternativas posibles, lo habitual era que en la practica diaria esta dialéctica funcionara a puros trompicones y hasta se tornara imposible en demasiadas ocasiones.

Las sesiones de corrección se convertían así en un intercambio de monólogos autistas y  desconexos entre los oscuros argumentos teóricos del corrector, unos de frases hechas con  repetidos latiguillos, otros de pura relatividad y manejables en los dos sentidos, y las constantes renuencias por el corregido, ansioso a su vez por descifrar los esotéricos mensajes del docente (si es que existían) y contraponiendo, pasionalmente y sobre la marcha, remiendos y parches para que no le descalabraran sustancialmente su querido proyecto.

Cierto que en algunos proyectos se apreciaban de entrada, incluso por el resto del alumnado, sus escasas cualidades y un futuro dudosamente fructífero; pero en la mayoría de casos que, posiblemente, solo necesitaban para empezar a volar un chute de confianza, orientación coherente y mas tiempo de desarrollo, - bien por los métodos de corrección, no exentos de cierto vedetismo y superioridad, bien por los absurdos enroscamientos recíprocos, bien por cuestiones tan prosaicas como los reducidos tiempos disponibles de corrección (aquello era un tropel de innumerables paneles de planos y dibujos colgados sobre muros y cristaleras cuya corrección duraba semanas y semanas), o hasta siendo benévolos, por el natural cansancio de todos tras tantas largas y agotadoras horas, - lo palmario era que toda aquella escenificación resultaba de dudosa utilidad para el supuesto fin docente a alcanzar.

Cuestión significativa era que estas habituales disfunciones emocionales y pedagógicas se prodigaban más frecuentemente, y en proporción inversa, según el rango docente del corrector.

Porque si bien desde los niveles superiores, catedráticos o profesores titulares, solían practicarse posiciones mas contenidas y coherentes, - lo cual no excusaba de criticas duras si procedía, - pero conscientes estos por su experiencia que, salvo los casos perdidos, siempre existirían caminos alternativos susceptibles de reconducción y mejora, lo más acadabrante era que desde donde más se nos atizaba solía ser desde el mundillo de los profesores asociados y demás ayudantes, algunos con pocos años de titulación y menor experiencia a sus espaldas, o ninguna, pero siempre con notables ansias de epatarnos con repetidas referencias a sus tesis doctorales siempre en progreso y preparación.

Recuerdo el caso de una alumna, que en una fase inicial presentó un conjunto residencial, y tal como todos intuíamos y ella admitía, con claras influencias de un edificio de nuestra ciudad de los años cincuenta muy reconocido y valorado en los estamentos arquitectónicos locales (el único edificio valenciano recogido en el Registro Docomomo Ibérico). Este edificio, con su acertadas tipologías y tratamiento de sus espacios comunes, unas estrictas geometrías y una excelente modulación del hormigón armado, y con sus cierres de celosías y partes ciegas en una paleta cromática muy neoplasticista, insufló en su día nuevos aires de renovación al panorama de la arquitectura local. Todos conocíamos esa obra y lo que representaba.

Todos, al parecer, menos uno de los dos docentes del segundo escalón, a veces venían en pareja, que en la corrección exprés a que fue sometida una alumna (solo duro unos minutos) y en la que sin entrar en mayores detalles le comunicó secamente, y a bocajarro, que debía reciclar sus conocimientos, cambiar radicalmente de propuesta y abandonar aquella nefasta influencia que calificaba de ingenuo y de trasnochado protorracionalismo. El otro docente ni abrió la boca. La alumna, que luego ha tenido como arquitecta una trayectoria muy interesante, viendo de donde venia la critica, no hizo ni caso y siguió adelante con su propuesta, desarrollándola y adaptándola a sus propios objetivos compositivos pero sin perder el espíritu conceptual del conocido modelo de referencia. Y tras su presentación al final, afortunadamente examinada por otros ojos mas capacitados, aprobó sobradamente el curso.

Porque en la relación entre “profesor-de-proyectos” y “alumno-de-proyectos” existe una perversa circunstancia, común en la casuística docente general pero muy particular y manifiesta en el peculiar mundo de la teorización y practica de la arquitectura.

El alumno, obviamente, no tiene pasado profesional, ni principios teóricos asentados, ni obra demostrada y sus primeros pasos en el proyectar, – salvo los casos manifiestos y reducidos de los que ya apuntan excelsas maneras desde un principio, - son balbucientes y en periodo de constante búsqueda. Su posible genialidad, su simple medianía o su nulidad, están aun por demostrar y su impredecible futuro se muestra solo en forma fugaz e intermitente. Pero el profesor-de-proyectos, que con su ultima palabra le corrige, le da lecciones y teoriza ampulosamente desde su particular Olimpo, si posee ya este pasado, o debe poseerlo, y este se muestra clara e irremediablemente, desnudo de toda parafernalia verbal, en su trayectoria, tanto teórica como en sus propias obras. Y esta es patente y conocida por todos, tanto para bien como para mal. Y en algunos casos, hasta para olvidar. 

Pronto aprendimos como regla útil para el éxito circunstancial, aunque fuera con un mínimo aprobado y para no sufrir excesivos quebrantos, que la cuestión consistía en presentar las propuestas, y su argumentación, en la forma mas extrema posible, cercana al disparate y envuelta en una nebulosa de cierta ininteligibilidad donde las voluntarias ambigüedades, en caso de apuro, pudieran ser utilizadas tanto en un sentido como en el contrario.

Y también a montar los dibujos, alzados, plantas, secciones y axonometrías, de la forma más compleja e imposible, infantilmente superpuestas, giradas, invertidas (eso ya lo veíamos en algunos proyectos del Team X y similares) y aderezadas de un montón de gráficos y notas, - fruto de la gran teoría y reflexión, - de forma que el corrector quedase, al menos, un poco estupefacto y sin saber de entrada que decir. Porque si llevabas una solución normalita, convencional o contenida, aunque tuviera su razón o posible fundamento, eras fácilmente carne de cañón y laminado por el profesor de turno..


Recuerdo, en un cuelgue previo para la resolución urbanística del vacío resultante, por la hipotética supresión de la playa de vías de una estación de trenes en el centro de nuestra ciudad, y en la que el programa propuesto era eminentemente residencial, que un alumno al que llamábamos “el pintor” por su habilidosa predisposición para lo gráfico (y que, como luego supimos, ha tenido cargos de responsabilidad en las infraestructuras de algunas capitales del sudeste asiático) presentó un monumental dibujo, muy figurativo, en el que del sexo de una muchacha desnuda salían decenas de retorcidos y entrecruzados raíles férreos con vagones descarrilados y atroces bloques de edificios al tiempo que, de sus turgentes pechos, colgaban dorados símbolos del dólar.

Con ello pretendía simbolizar, según expuso su autor, el caos inicial y previsiblemente final, ante la actuación urbanística propuesta que, según el, era absurda de entrada y en la que no debía edificarse nada-de-nada ya que, dada su singular ubicación en la ciudad, indefectiblemente propiciaría la más pérfida especulación inmobiliaria. Por ello, y negando la mayor, anunciaba su nula voluntad de participación en aquel parto/aborto urbano, aunque fuera solo como práctica teórica de Escuela, y a la que auguraba hipotéticos resultados imposibles para la ciudad y el solo provecho para los estamentos especulativos reaccionarios y capitalistas.

Ante ello, al profesor, que venia de darnos un rapapolvo a los más moderados, encaminándonos a soluciones residenciales más o menos convencionales, se le atragantó un poco la garganta ante aquel panfleto erótico-edilicio-político. Pero para que nadie le tildara de reprimido o facha era capaz, ante la audiencia expectante, de cambiar su postura anterior más ortodoxa y apuntarse ahora tímidamente a la causa del alumno con algún comentario también disparatado e incongruente, que no se sabia si favorable o desfavorable, e incluso confraternizando sobre la posible incoherencia del tema propuesto.

Nuestro rebelde “pintor” naturalmente siguió adelante durante el resto del curso con su no-tema, negándose a ser participe de tan malvada “operación mercantil” y solo aportando, al final del curso, una especie de mini-poblados dispersos de claro carácter nihilista con peculiares materiales panteístas, tipo leños del bosque y hierbas de los erales, con lo que aprobó finalmente. No hay que decir que los mas pusilánimes y obedientes fuimos masacrados y que ahora, treinta y cinco años después, cuando se han acometido realmente las obras en este vacío, la solución adoptada ha sido, afortunadamente, su practica conversión en un parque urbano..

Pero todo no eran quebrantos y también había algún que otro suceso jocoso y surrealista. Así, un chistoso profesor, defensor del mas acervado minimalismo en la expresión gráfica del proyecto, cuestión en principio loable, al final de una corrección enrevesada y dubitativa en la que todos los presentes nos quedamos in albis y con la sombra de interrogación de si aquel proyecto iba por buen camino o no, a falta de postura critica de mayor altura y como puntilla de remate, le decía a su autor, ante el grafismo empleado en los platos de la duchas de unas sinuosas líneas convergentes, a modos de aguas, hacia el orificio de evacuación, que no hacia falta dibujar los pelos.

 Así iba aquello. Con todo nuestra ilusión y nuestras esperanzas no decaían.

                             

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CON LOUIS KAHN RETORNAMOS A LA HISTORIA
GALERIA DE ARTE EN YALE. 1953


Al llegar a PROYECTOS I, las circunstancias académicas propiciaron que la plaza vacante de catedrático fuera ganada ese año por Ignacio Araujo Múgica, arquitecto con una trayectoria ya importante en aquel momento tanto en obras como en textos teóricos.

Ignacio Araujo, con su eterna pipa entre los labios invitaba a la reflexión y al desarrollo sosegado de las cuestiones propuestas. Y procuraba, ante las soluciones mas tristes y desafortunadas, el abrirle al alumno una posibilidad de reencauzar sus diatribas.

Durante el curso propició un buen numero de charlas y reuniones con arquitectos de renombre nacional y local y algún que otro viaje para ver edificios icónicos próximos, sucesos estos que podían contarse con cuenta gotas en aquellos tiempos en nuestra Escuela.

El tema propuesto por Ignacio Araujo para ese año nos dejó, en principio, un poco perplejos por su aparente imposible y propia dificultad, como era el de proyectar una serie de edificios de viviendas en la ladera de un monte coronado por un magnifico castillo que gozaba, entorno incluido, de todas las incontables protecciones artísticas y paisajistas de los estamentos locales, autonómicos y nacionales. Pero al instante se comprendía que, hiperbólicamente, nos estaba introduciendo en la problemática de las actuaciones edilicias junto a las preexistencias de gran valor, cuestión por aquellos años emergente y aun descuidada, pero que ya despertaba en la conciencia profesional y ciudadana.

Ello nos llevo a un sin fin de estudios de otras actuaciones similares y también a explorar soluciones solventes de agrupaciones colectivas de viviendas en laderas de fuerte pendiente. Dado nuestro acendrado localismo, y sobre todo por la falta de mayores recursos económicos, emprendimos felices viajes colectivos de comprobación a lugares emblemáticos cercanos. Recuerdo visitas, con comida y exaltadas discusiones de sobremesa, a lugares tan bellos y didácticos como la población de Chulilla o al barrio de Santa Cruz de Alicante.

Como éramos bastante inmediatos, en aras del supuesto dialogo y adecuación con el monumento y su entorno y que, ingenuamente, confundíamos con camuflaje, pronto nos convertimos en alocados proyectistas militares que, en modo casamata, bunkers y troneras, pretendían esconder las cocinas, las chimeneas, las cubiertas y cristaleras y todos los volúmenes de nuestras viviendas en un intento de general escaqueado, formal y visual. junto a tan noble castillo,

Como se iba constatando, algunas propuestas apuntaban mas a la linea Maginot y otras eran como si la guerra de trincheras se hubiera trasladado a nuestra ladera.

Pero, sorprendentemente algunas soluciones, tras su pulido y mejora correspondiente, iban progresando positivamente. Pero tanto se transmitió este espíritu dialogante que un compañero, envalentonado, propuso y presentó su solución a modo de otro castillo, ciertamente mas tuneado y con signos de mas reciente modernidad, con la intención de entablar la relación de tu a tu y directamente con el existente. Como esto parecía superar lo conveniente, en su sesión de corrección la propuesta fue proyectualmente decapitada. Aun recuerdo como el aludido, que tristemente falleció luego muy tempranamente, aceptaba nuestras bromas y se reía noblemente admitiendo su fracaso.

Ignacio Araujo solo permaneció ese año como catedrático en nuestra Escuela saltando a otros destinos y asuntos profesionales lejos de nuestra ciudad. Posteriormente ha realizado una obra importante de centros hospitalarios y universitarios.

Nosotros ya presentíamos que su estancia seria corta en nuestra Escuela, dada su condición de “foráneo “ y la frialdad con que había sido recibido por la red de mini-familias de intereses creados en el profesorado local. Ignoro las razones concretas, pero durante su estancia en el curso no dispuso siquiera de la asistencia de ningún profesor, ayudante o asociado, o al menos yo nunca los vi por allí.

Evidentemente, así no se hacía Escuela.

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ALVAR AALTO MOSTRABA EL MAS ALLA DEL RACIONALISMO
 VILLA MAIREA. 1953.

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En PROYECTOS II nos esperaba Joaquín García Sanz con su carácter amable, paciente, y no exento hasta de algún rasgo de timidez. Y tanto era así que cuando te hacia una critica, y sobre todo si era algo dura o negativa, transmitía calmadamente sus argumentos y en un tono muy bajo, lo que en aquellos tiempos tan combativos se agradecía porque nos sumía a todos, aun con el posible descalabro incluido, en unas sesiones tranquilas y hasta placenteras.

García Sanz era un arquitecto experimentado y con mucha obra a sus espaldas. Sus principios se asentaban entre una modernidad moderada, siempre sujeta a una estricta modulación, y la atención a los movimientos del urbanismo social y medioambiental. En sus obras se advertía el cuidado en el uso de tipologías y la separación de circulaciones, su atención al higienismo y a las orientaciones heliotérmicas y el esmero en que trataba los espacios públicos y la alternancia de los materiales

Recuerdo que el tema referente de aquel año fue a la implantación y ordenación de varios edificios, residenciales y comerciales en la parcela lindante a una Iglesia y Centro Educativo del siglo XIX de estilo ¿neobizantino?, sito en una arteria muy importante de nuestra ciudad. Este edificio, con sucesivas ampliaciones posteriores y de mucha tradición y raigambre social en Valencia sufría, y sufre, por los avatares resultantes de nefasto urbanismo local, del inevitable acoso de las banales  edificaciones colindantes, excesivas y asfixiantes frente a su primigenia fachada principal de acceso.

Y aunque mi proyecto parecía ir bien encaminado y con casi todas las bendiciones tras sus repetidas correcciones, lo sorprendente fue que en Junio me pusieron el ya comentado 4,75 y, según se me dijo, por un inesperado problemilla de insuficiencia de armarios en algunas de las viviendas proyectadas. Ver para creer.

Pero lo curioso era que otro buen número de compañeros, con proyectos claramente aprobables, también se habían quedado colgados y suspendidos por nimias situaciones parecidas.

Como solo se trataba de este detalle,- el proyecto en general pasaba por los tamices fundamentales de mayor peso,- y puesto que su modificación iba a resultar sencilla y rápida, se nos impuso para la convocatoria de Septiembre, a los titulares en este limbo del “bien pero con mínimas modificaciones”, y para estar entretenidos, la resolución de un imaginario centro escolar en una imaginaria parcela de la que solo se conocían sus dimensiones y que, como estaba en un desconocido territorio, carecía de cualquier inserción en trama urbana alguna y de la mínima orientación geográfica.

Ese proyecto de centro escolar era casi un ejercicio de prestidigitación, del cual no hubo nunca corrección anterior o posterior, ni noticias de su validez final, y que simplemente presentamos y quedo olvidado. Los de mi curso de aquel entonces recordarán aquello del "colegio" y sabrán de lo que hablo.

Pero pasado Septiembre, aprobado Proyectos II y casi olvidada la cuestión, fuentes bien informadas de la Escuela y con pruebas fehacientes, o sea radio macuto, comenzó a propagar la nueva de que en realidad aquellos suspensos de Junio,- “suspensos lights tan fácilmente reparables”,- respondieron mas bien a una solución contemporizadora y salomónica, no se sabia claramente por quien impuesta, de una rebaja general en la nota inicial de todos los alumnos de nuestro grupo como respuesta pedestre, en forma de igualación a la baja, respecto de las notas del otro grupo paralelo al nuestro, con distinto profesorado y temas, y en el que se había producido ese año una superior escabechina con mínimos aprobados. O sea, que al parecer, en nuestro grupo había existido excesiva permisividad.

No hay que explicitar que el profesorado de ambos grupos estaba inmerso en las estúpidas batallitas académicas de siempre. Y aunque todo aquello quedo sumido en una nebulosa de dudas y opiniones varias, siempre permaneció el enigma de si la escabechina, real y comprobable en el otro grupo, fue fruto de la incompetencia general de su alumnado, cuestión poco plausible, o por razones no confesables, pero imaginables, de sus docentes.

Aunque parezca delirante esto pasaba.

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LE CORBUSIER ERA EL MAGO DEL FUNCIONALISMO
PALACIO DE CONGRESOS DE ESTRASBURGO. 1962
 



Cuando uno llegaba a PROYECTOS III la esperanza era máxima puesto que en ella nos esperaba Miguel Colomina Barberá, el profesor de mayor prestigio en aquel momento en nuestra Escuela de Arquitectura.

Don Miguel, porque era así como le tratábamos, era duro y exigente, un poco excéntrico y con principios compositivos claros y firmes, gustaran o no, pero  muy coherentes en su lógica. Y además tenias plena garantía de que, en sus correcciones, Miguel Colomina no te diría la semana siguiente lo contrario de la anterior.

En algunos recesos, entre corrección y corrección, Miguel Colomina nos comentaba sobre la dificultad que supuso, durante sus primeros años de profesión y en plena posguerra, el acceso a una mínima información sobre las arquitecturas del movimiento moderno que se prodigaban en el exterior y de como el conseguir una bibliografía básica era entonces una ardua empresa. Como seguidor de esta modernidad, que practicaba con prudencia, sus intereses se centraban en el racionalismo y funcionalismo de Mies, Breuer o Le Corbusier y también en los aspectos organicistas de Aalto y Wright.

En contraposición, se quejaba del posterior exceso,- estábamos ya en la década de los ochenta.,- de las revistas de arquitectura, banales y sin rigor, y de su manipulado dirigismo hacia la descafeinada posmodernidad. Y también se translucía de sus opiniones de un cierto desencanto por el viraje que habían tomado aquellas primeras arquitecturas de la modernidad sobre la que tanto se había interesado y esforzado.

Como alumnos, e inexpertos que éramos, difícilmente percibíamos entonces todos los matices de sus planteamientos teóricos pero, pasado el tiempo y vista su trayectoria, es posible que aquel paramo cultural existente en sus años de búsqueda juvenil, y que tanto comentaba, le llevara a su personal manera de enfocar los proyectos confiando únicamente en la autonomía de la disciplina, y en sus propias leyes internas, como factores determinantes de la composición y a la práctica constante de la generación de familias, desde un mismo tronco, moviéndose entre la abstracción del tipo y la concreción del modelo y, todo ello, reforzado y retroalimentado por la seguridad de las propias experiencias acumuladas.

Miguel Colomina tenia frases, lapidarias y contundentes, muy ilustrativas de su saber y experiencia. Frente a un proyecto, con varios o dudosos accesos, torcía el gesto y nos decía lacónicamente que ”Cuando se ponen dos entradas es porque no se ha sabido poner una, la buena”.

Si alguno de nosotros le preguntaba, cándidamente, si los arquitectos debían colocar en sus edificios, aunque fuera discretamente, una placa que indicara su autoría nos respondía sin dudar “ No hay que poner nada. Si el edificio es bueno ya te recordaran. Y si es malo lo mejor es que te olviden”.

Y si requeríamos su opinión sobre algunas obras muy sobreactuadas de arquitectos locales, algunos compañeros suyos docentes, que resaltaban estridentemente en el tejido urbano y que no casaban con el espíritu de adecuación que se nos propugnaba, Miguel Colomina no rehuía el guante y exclamaba categóricamente : “Hay arquitectos con demasiado orgullo propio y muchas ansias de protagonismo”

Otra término suyo favorito, espartano y preciso, con el que transmitía su asentimiento ante un proyecto, era su famoso “puede ser”. Cuando, tras la observación meticulosa de las plantas, secciones y alzados, y comprobaciones esotéricas con un decímetro graduado,- de esos que llevan impresos en un margen los calendarios publicitarios de bolsillo de cartón,- Don Miguel exclamaba un "puede ser", al afortunado alumno le daba un subidón tal como si se hubiera fumado un porro. Nada le sonaba más agradable a este que ese "puede ser" y hasta danzaba, saltaba y era, envidiosamente, felicitado por sus compañeros.

En contraposición, con los que no eran tan afortunados ni candidatos al “puede ser”, Don Miguel, alguna que otra vez, los dejaba plantados con muy pocas palabras y sumidos en la mayor desolación.

En aquellos años, los últimos y próximo ya a su retiro como profesor de la Escuela, Miguel Colomina transmitía su docencia en forma cuasi universal y no tenia reparo alguno en corregir, al mismo tiempo, tanto a los alumnos como a sus profesores colaboradores, sobre todo si alguno de estos osaba sacar la pata del tiesto y contradecir, aunque fuera tímidamente, su criterio. Esto hacia que la atmosfera de atención y respeto se expandiera y nos hermanara a unos y a otros, todos expectantes de sus opiniones y dictámenes.

El anhelo de progresar y de no salir mal parados ante Don Miguel rayaba en la paranoia.

Y digo esto porque, para la presentación final de un conjunto de viviendas unifamiliares modifique, a ultima hora y de improviso, el blanco inicial e inmaculado de sus fachadas por una variada paleta de colores de tonos añiles, violetas y rosados, seguramente por la ultima e irrefrenable influencia de la arquitectura domestica de algún maestro mexicano de los años cincuenta (creo que de Barragan) y de los recientes tics posmodernos que nos llegaban de miembros destacados de la entonces relevante Escuela de Barcelona (este era el cóctel mental en que uno vegetaba).

Poco antes de la corrección, con el proyecto colgado en la pared y a la espera de D. Miguel, el profesor adjunto,- que a modo de tutor me había guiado con atención durante el curso y que, como era habitual, le acompañaba en la corrección final introduciendo algún tímido comentario (siempre sin exponerse demasiado y según el cariz que tomara esta),- comenzó a ponerse un poco nervioso ante aquel drástico y repentino cambio de imágenes, con tantos colorines, y a largarme unos preocupantes “¡uf!"....."¡te has pasaó!"....."¡ya veremos!”, nerviosismo que me contagió por la posible reacción, que ignorábamos si positiva o negativa, de Don Miguel.

Y tanto fue su temor, transmutado en angustia que cuando me llegó el turno, sorprendemente, mi tutor había desaparecido momentáneamente de la escena y me había dejado, como en la famosa película, solo ante el peligro.

Afortunadamente para ambos, Don Miguel, tras la revisión exhaustiva y pertinente del proyecto, y seguramente con un sentido de mayor modernidad del que le atribuíamos, se limitó a mirar tranquilamente las coloreadas fachadas y manifestar su asentivo “puede ser”.

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ALDO ROSSI Y LA TENDENZA DERRUMBO MUCHAS CREENCIAS RACIONALISTAS
CEMENTERIO DE MODENA.1972.


En el Proyecto Final de Carrera (PFC) nos esperaba otra vez Miguel Colomina, (ignoro ahora por que razones académicas o administrativas) y con él su pléyade de profesores adjuntos.

También estaba como profesor, no recuerdo ahora con que rango, Antonio Escario Martinez, sin duda uno de los arquitectos mas dotados y con mayor proyección profesional en nuestros círculos arquitectónicos de aquellos momentos.

Antonio Escario, a la altura de aquellos tiempos, ya habia demostrado sobradamente su genialidad. Sus obras, unas con sutiles reminiscencias wrightianas o del organicismo nórdico, otras mas racionalistas y brutalistas, pero todas siempre en su ejecución y detalles con una elegancia y un saber hacer notables, nos impresionaban.

Con una comprensión espacial sorprendente, Antonio Escario, de un solo vistazo e incluso desde lejos, entendía el espíritu de un proyecto, sus aciertos y sus errores. Lastima que su ajetreada agenda le restaba, al menos cuando yo estuve por allí, de mayor tiempo para lo docente. Yo solo pude corregir con él dos o tres veces durante aquel año y recuerdo una de ellas apresuradamente y al vuelo, en horas intempestivas, y con los planos extendidos sobre el capó de su propio coche. Pero unos minutos de su certera opinión valían mas que las largas e insulsas peroratas que recibíamos de otras instancias.

Se suponía que el Proyecto Final de Carrera era la postrera prueba del algodón y que el alumno, en breve plazo en la calle, debía ser ya portador de las mínimas herramientas para desenvolverse en su profesión. Y también, como su propio nombre indicaba, era el recorrido final en el que el alumno demostrara su pericia y capacidad de síntesis aunando en un todo estético, de golpe y sin fisuras, las diversas materias estudiadas, es decir, la dichosa ideación, la estructura y su calculo, la construcción y sus detalles, las instalaciones, las mediciones y presupuestos y un sin fin de los aburridos y disparatados aspectos legales, urbanísticos y burocráticos.

Pero lo cierto era que el PFC de aquellos días más parecía la hermana mayor de la anterior triada de proyectos y su tiempo se ocupaba, casi en su totalidad y como siempre, en la supuesta ideación.

Los demás aspectos para la conformación completa del proyecto quedaban relegados.,-  por la menor empatía que les manifestábamos considerándolos equivocadamente de “cuestiones rutinarias y menores”,- a su mínima expresión y a una leve justificación final mediante grises documentos, copiados o fotocopiados, preparados apresuradamente durante los últimos días y de los que no había posterior noticia ni el más mínimo control. Es de esperar que esto haya cambiado porque en esos años aquello no era, ni se parecía, a la practica de un proyecto completo y unitario.

Así que, en el PFC y otra vez abierta la sesión de veda proyectual, ultima para el discente, volvíamos a la rutina y a los desencuentros habituales sobre la ideación y sus circunstancias. Pero ahora incluso con mayor y cierta exigencia desde el profesorado porque, como socarronamente se nos recordaba ante errores o dislates, “aquello ya deberíamos saberlo a estas alturas”.

El Proyecto Final podía ser alabado o fulminado, o ambiguamente las dos cosas al mismo tiempo, pero ya debíamos conocer la razón porque “por algo habíamos llegado hasta allí”.

Ante esta coyuntura, impregnado ya de un cierto escepticismo existencial, consciente de lo que sabia (y más aun de lo que no sabia) y como buen masoquista tras tantos años pasados en la Escuela, me fui aficionando, en este ultimo transito, a una indolente demora voluntaria,– bien cambiando de tema, bien por sucesivas renuncias a su presentación, bien por las ausencias debidas por el servicio militar (aun obligatorio en aquellos tiempos),- y así pase los tres años siguientes, pergeñando sucesivos proyectos de mercados municipales, residencias de estudiantes, viviendas o lo que hiciera falta. Y con el mismo D. Miguel diciéndome que me tenia ya muy visto.

Así, la cosa se me fue alargando hasta que mi padres, y mi novia, me dijeron que ya estaba bien y que acabara de una vez.

A grandes rasgos, este era el trasiego de nuestras vidas por las queridas asignaturas de Proyectos en aquellos años. Todo un poco disparatado, modesto, e incluso provinciano, tal como era entonces el espíritu de aquella joven Escuela. Y, seguramente, con sucesos más importantes y fundamentales, desconocidos entonces por mi propia torpeza o difusamente olvidados ahora por el paso del tiempo.

Cuando uno aprobaba el PFC se iba con el titulito bajo el brazo a su casa y entonces comenzaba a conocer realmente lo que era esta profesión. Se suponía que ya sabia proyectar y que estaba preparado para las mayores empresas. Pero esto no era así. El alumno, transmutado a arquitecto, debería todavía recorrer un largo camino hasta empezar a vislumbrar, a base de aciertos y fracasos, que es el proyectar.




































 





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