APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE

APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE



Impenitente : Adjetivo. Que persevera en un hábito.
Ausente : Nombre común. Aplicado a personas o cosas. De lo que se ignora si vive todavía o donde está



"Un artista verdadero es alguien que está preocupado por muy pocas cosas."
Aldo Rossi


"No habrá otro edificio"
Louis Kahn


jueves, 31 de julio de 2014

VIVIENDO PELIGROSAMENTE O COMO MORIR "IN VIGILANDO".


En la cola del super mi colega, el ilustrado, me dice que la profesión de arquitecto es de alto riesgo.

Me aclara que se refiere, tanto a la arquitectura, como a la disparatada y actual construcción de la arquitectura. Le pregunto si no son lo mismo y, como duda y se lía un poco, no insisto por ahí. Pero su tesis es que, en los últimos tiempos, el ejercicio diario de la profesión está propiciando los más variados trastornos, físicos y psíquicos, en muchos de sus adictos.

 Presiento que a mi colega le ha dado hoy el bajón.

En voz baja me comenta que muchos compañeros están de psiquiátrico y de como, un buen número, son ya  residentes habituales en este tipo de centros de salud mental. Y como hago que me interesa el tema, se explaya. Me transmite que, tras informase en buenas fuentes, los psiquiátricos son ahora los únicos “lugares seguros” para pasar esta locura colectiva que invade a todo el personal que ha flirteado y tonteado últimamente con la arquitectura.

Como corolario, me cuenta lo prosaico de las ridículas rutinas que soportan los compañeros allí internados. Que si nada de las manivelas de las persianas, para evitar su uso como armas arrojadizas, que si fuera los cinturones y los cordones de los zapatos, que si la maquinilla con la hoja de afeitar se devuelve tras su uso diario, que si rejas en las ventanas, que si los cubiertos se entregan y recuentan tras cada comida.......

O sea, las bagatelas de siempre, le digo, en plan socarrón. Tal como en las películas.

Entonces se pica y, envalentonado, me puntualiza los detalles más oscuros : además del general comer, dormir y la terapia ocupacional, algunos colegas residentes en esos ”lugares seguros” le han confesado que, para entretenerse, repasan y analizan concienzudamente la estructura del edificio para comprobar si está, o no, bien optimizada y, además, lo anotan en un cuadernillo. Otros se dedican a estudiar la situación exacta de los extintores, las alarmas y las mangueras para ver si se cumplen las distancia marcadas según la normativa vigente. Y los casos más perdidos comprueban el despiece de las baldosas en salas y pasillos, congratulándose si el replanteo está bien repartido y a ejes. En fin, un pasar….

Cuando le indico que me concrete las razones de tanto trastorno y de tan continuada entrada de colegas en esos "lugares seguros" me suelta un cóctel de quebrantos y miserias. Según su opinión, todo tiene su origen en el cúmulo de avatares y peripecias judiciales a los que están abonados todos los arquitectos, sin saberlo por su candidez, desde el mismo día en que les dieron el título. Y de cómo son continua carne fresca de cañón para abogados y leguleyos.

Y así me dice, para concretar, que como explicar que en esta profesión si un albañil coloca los azulejos mal adheridos y se viene al suelo media cocina - y no le abre la cabeza a nadie porque Dios no quiere - y resulta que tenemos más de cincuenta cocinas iguales como esa - y arreglarlo va a costar un dineral, la culpa final será, de entrada y presumiblemente, del arquitecto porque el es responsable si el conglomerante no está bien descrito en el proyecto. Y aunque esté bien descrito, pero el Director de la Ejecución de la Obra (aparejador o similar) no ha controlado su ejecución, como es su deber y responsabilidad, pues entonces, además del albañil y del Director de la Ejecución de la Obra, el arquitecto también será carne de reo porque, según la interpretación de muchos jueces y magistrados, el arquitecto debe estar siempre "in vigilando”. Y, por lo visto, de todo y de todos.

Y esta es, según mi colega, la madre de la cuestión:  la añadida responsabilidad en la pura ejecución de la obra que el arquitecto ni ostenta, ni se le encarga, ni se le paga y ni está recogida en la legislación (que si establece para ello la figura distinta del “Director de la Ejecución de la Obra”), pero que muchos titulares de los juzgados le enchufan englobándola en la nebulosa categoría de "alta dirección" (inexistente a todas luces en la LOE) e invistiéndole así de un aura por la que será siempre el responsable finalista y solidario de-todo-de-todo-de-todo.

Esta reiterada doctrina, me dice, es la que lleva a tanto arquitecto, candidato al banquillo, a tener que estar continuamente peleándose por los juzgados y rebatiendo tan falaz axioma, y todo ello, con el natural quebranto  físico y mental.

Mi colega me expone más casuística. ¿Qué pasa, cuando en los falsos techo de escayola, de los catorce zaguanes de turno, aparecen mil fisuras y además faltan muchos tirantes - y aquello aun no le ha caído a nadie en la cabeza de casualidad - y repararlos, es decir sustituir todos los techos, costará una pasta?. Pues también pagará el pato el arquitecto si no ha indicado expresamente en el Libro de Órdenes que no se debe atestar la escayola a tope contra las paredes y que, por supuesto, hay que poner todos los tirantes. Y aunque si lo haya escrito, al parecer, el escayolista no tiene porque saberlo y por eso hay que apuntarlo todas las veces. Y si además, para más dislate, el Director de la Ejecución de la Obra dice haberlo verificado... pero... claro algo ha fallado,.. pues......¡ay¡... es que el arquitecto no ha estado "in vigilando" al escayolista, ni al Director de la Ejecución de la Obra y ni al tirante.

O por no hablar, continua, de esas malditas y escandalosas grietas aparecidas en solo aquellos tres pilares, que nadie sabe porque puñetera razón han salido y precisamente ahí donde más se ven. Y aunque uno si se imagine la causa (un colega me dice que el ferralla no se fija mucho y hay que ir siempre detrás de él) la culpa será en último extremo también del arquitecto, aunque el detalle constructivo esté muy claro (¡menos mal!) y  el Director de Ejecucion de la Obra diga que lo ha visto y... que-si-que-no... lo ha comprobado. Pues entonces... ¡ay!,..... el arquitecto no ha estado "in vigilando", como debiera, al ferralla y al Director de la ejecución de la Obra.

O si, en la primera gota fría, el agua entra por tropocientas ventanas, porque el carpintero no ha sellado correctamente los marcos con la fábrica, y se han dañado cientos de metros de escayolas, de pinturas y de suelos de madera - y aquello va a costar otra pasta de reparar - y resulta que el carpintero y el Director de la Ejecución de la Obra otra vez in albis…. pues ¡claro!,.... el arquitecto no ha estado "in vigilando".

O que pasa con los cientos de fisuras, que cual mapa Michelín aparecen en los dos mil metros cuadrados de las soleras y todo apunta a que el hormigón no se ha curado en forma y modo establecido - y aquello va a costar lo que no esta escrito - y a la subcontrata vete a buscarla - .. y el Director de la Ejecución de la Obra que dice que no se acuerda bien.... Pues claro.... ¡ay!, el arquitecto.....no ha estado "in vigilando".

O cuando aparecen esas humedades de órdago en las cuatro plantas del garaje porque, claramente, los de la impermeabilización han metido un gol a todo quisqui y de los cientos de metros de solapes y encuentros con los antepechos ni se sabe. - y aquello va a costar otro riñón -  y menos mal que, afortunadamente, hay un detalle constructivo que indica claramente cómo y dónde se pone la lámina.... Pues entonces también…. ¡ay!, el arquitecto no ha estado "in vigilando" los cientos de metros de solapes y encuentros y, naturalmente, a todo quisqui.!

Como conclusión mi colega afirma que el arquitecto estará siempre nominado y será la cabeza de turco de referencia en estos procelosos asuntos cuando intervengan los jueces. Y me advierte que, para cuando la cosa se ponga realmente fea y haya que empezar a llevar los papeles al juzgado, muy posiblemente, habrán desaparecido de la escena del crimen la promotora, la constructora, el ferralla, el escayolista, el electricista, la subcontrata y casi todo el que pasó por la obra.

Porque resulta, y ahora  mi colega sube el tono, que las sociedades anónimas o las limitadas, las físicas, las jurídicas, las personales y hasta las impersonales o como quieran llamarse, tal como se crean también desaparecen o suspenden pagos o son insolventes y, al final del trayecto, se escurren como anguilas. Y el arquitecto, en la mayoría de los casos, se quedará solo y con cara de tonto, y muchas veces acompañado por el Director de la Ejecución de la Obra, puesto que son los únicos que no pueden desaparecer y siempre estarán a mano con sus seguros de responsabilidad civil al día y en vigor.

Como epilogo, mi colega me transmite, lo que muchos ya sabemos y experimentamos en el día a día de la profesión. De cómo, para prevenir estos oscuros horizontes, el arquitecto tiene que hacer constantes malabares y hasta juegos de prestidigitación, aun sabiendo que tanto en modo sabueso-detective o en modo chupi-guay-friend, los resultados finales serán los mismos. 

En estas estábamos, cuando se acabó la conversación porque me tocaba el turno en la caja.

Salí del super con un sabor agridulce y sintiendo que los arquitectos vivimos peligrosamente. Y sospesando seriamente la idea de apuntarme a un curso básico de técnica policial o agenciarme algún libro especializado en métodos de vigilancia o espionaje. 

Ahora escribo estas líneas desde el sitio donde, el inteligente lector, podrá imaginar. 








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