Siegfried Kracauer (Frankfurt 1889 – Nueva York 1966) se graduó en arquitectura en la Königlische Bayerische Technische Hochschule de Múnich en 1911. Intelectual y estudioso empedernido, en su libro “Escritos sobre Arquitectura”, realizó un análisis muy perspicaz de la arquitectura alemana de su tiempo y de aquellas vanguardias que marcaron el panorama internacional inmediato en el devenir de la arquitectura moderna.
Y aunque Kracauer no se prodigó en demasía en su profesión, pues solo trabajó como arquitecto unos pocos años en un estudio privado de Frankfurt y en la Oficina Técnica de Osnabruck, durante el resto su vida siempre se comportó como tal.
En su aspecto más sintético y universal, Kracauer señalaba que la arquitectura solo era una más de las teselas del mosaico de la construcción de la vida.
Las referencias que nos han llegado de Kracauer nos lo presentan como un personaje asociado a un difuso concepto de “extraterritorialidad permanente” y situado en tierra de nadie. El mismo se definía como la insignificante ginesta o la verde retama que proliferan en los márgenes de los caminos y que muchos viajeros ignoran. También se comparaba con el inepto y desconcertado soldado Scheik, personaje literario de las novelas de Jaroslav Hasek, y al igual que aquel confesaba que, durante la Primera Guerra Mundial solo sirvió para la tarea militar “poco gloriosa, pero tan digna y necesaria, de pelar patatas contra el enemigo”.
Tras aparcar el ejercicio de su profesión, en su vertiente más inmediata del proyectar y construir (que una gran mayoría de arquitectos aun supone como la única existente), Kracauer dedicó el resto de su vida a ejercer, como Walter Benjamin describiria, de “observador de la realidad social que le rodeaba” y a escribir hermenéuticos libros y artículos sobre lo que se podría definir como “una recolección y rescate de los fenómenos marginales de la cultura”. Kracauer lo denominaba como “una búsqueda en pos de vistas y modos de ser”. Estas “vistas” versaban tanto sobre aspectos de la teoría del arte, la historia, la arquitectura, la sociología, la filosofía y la critica de cine.
En 1921 comenzó a escribir para el influyente Frankfurtter Zeitung publicando un sustancioso numero de artículos. Pero cuando la línea editorial del periódico fue virando hacia posiciones afectas al nazismo, la figura de Kracauer, con sus constantes apelaciones al compromiso de las libertades democráticas, fue tornándose mas incomoda y molesta para la dirección del diario. Paulatinamente se le redujo el sueldo, se le desalojó de su propio despacho personal y sus artículos comenzaron a ser rechazados o censurados por sus superiores. Y, como era de esperar, fue finalmente despedido.
En 1933, acosado y perseguido por el régimen nazi, se exilió en Paris. En 1941 se trasladó a los Estados Unidos y allí trabajó como humilde becario en investigaciones cinematográficas y en colaboraciones de proyectos sociológicos. En 1947 publicó uno de sus libros más conocidos, “De Caligari a Hitler”, concebido como una historia psicológica del cine alemán. Falleció en Nueva York en 1966.
Kracauer, siendo un gran intelectual, renunció a establecer teorías o idearios sobre la arquitectura. Y practicó, en este ámbito, un voluntario distanciamiento, tanto de las corrientes emergentes de su tiempo, como de las aferradas a épocas pasadas. Lo que realmente le interesaba de la arquitectura eran las razones estructurales que la conformaban y su papel en la sociedad.
Y tanto, como virginal arquitecto como en sus posteriores actividades, siempre permaneció, como el mismo remarcaba, “disponible y a la espera”.
En uno de sus artículos más importantes, titulado “Los que esperan”, explica y deja constancia de esta posición. Escrito en 1922, y de carácter filosófico-teologico, sirve a Krakauer para exponer su actitud personal de espera sobre “las distintas teselas del mosaico que conforman la construcción de la vida, y de la que la arquitectura era una más”.
A la búsqueda de lo absoluto, entiéndase en arquitectura lo supremo, en su articulo Kracauer identifica de un lado a aquellos que aceptan fanáticamente, y con una fe ciega, las tesis tradicionales e históricas, susceptibles con el tiempo de convertirse en sucedáneos o caricaturas; y del otro lado y opuestas, las posiciones escépticas, e incluso desesperanzadas, de los existencialistas o de los inoperantes utópicos (personas cortacircuitos los denomina) que, sin objetivos determinados, abrazan servilmente las modas y la magia estética de cada instante.
Incapaz de adherirse a cualquiera de estas multitudes, Kracauer prefiere desmarcarse del sistema imperante para quedar “disponible” (en el sentido de no haber sido “usado” ni manipulado) y permanecer “a la espera” en una actitud de “apertura” o “disponibilidad vacilante” y en una posición tan abierta como inconcreta a ojos externos. La vía que propone Kracauer solo pergeña, con la alerta del que no se deja llevar a engaño, una puesta a punto equidistante, entre aquellas extremas, como posible encuentro con lo supremo.
¿Qué significa esta espera?. Kracauer lo indica en estos términos:
“ El que espera tiene en común con el desesperado intelectual, ante todo, la valentía que les acredita en el poder perseverar.....”
“ Desde el lado positivo, la espera significa un estar abierto que, naturalmente, en modo alguno puede ser confundido con una distensión de las potencias anímicas que se esfuerzan en pos de las últimas cosas......”
“ Para el hombre aquí mencionado, de lo que se trata es, entre otras cosas, de la tentativa de trasladar el centro de gravedad desde el yo teorético al yo humanamente completo, y, desde el mundo irreal atomizado de las potencias carentes de forma y las dimensiones carentes de sentido, instalarse en el mundo de la realidad y de las esferas que circunda. ..”.
"Y sin embargo, ciertamente, toda indicación es aquí cualquier cosa antes que una instrucción para el camino. ¿Debe añadirse que el prepararse es sólo una preparación de lo que no puede ser forzado, de la transformación y de la entrega? ..”.
Kracauer conoce la historia de la arquitectura y sabe de sus avances y retrocesos, de sus errores y sus aciertos. Por ello, frente a la arquitectura de su tiempo, no se adscribe al clasicismo monumental que se proclama fundado en bases inamovibles, ni tampoco a las relucientes Neues Bauen o Neue Sachlichkeit, de las que si bien admite sus méritos, advierte que no logran las conquistas prometidas y que, en su mismas renuncias, vuelven a caer en dogmas enmascarados y en nuevos cánones formales. El Weinssenhof de Stuttgart y los cinco puntos de Le Corbusier constituyen, para Kracauer, el más claro ejemplo.
Podría parecer que la posición de Kracauer induce a la parálisis o a la inoperatividad, sin riesgos excesivos y sin avances. Es posible. Pero en esta aparente renuncia y expectante búsqueda es donde reside la grandeza y su lado heroico.
Basta repasar las ultimas arquitecturas actuales para reconocer, en muchos de sus ejercientes, algunas de las posiciones descritas por Kracauer. El cóctel de tendencias, dispares y antagónicas, es inacabable. Una mezcla entre los ansiosos de novedades sin apenas maduración, de un lado, y el pelotón de los nostálgicos del pasado, del otro. Y aunque todo esfuerzo debe ser admirado, también la disipación y las incoherencias deben ser advertidas.
El camino que propone Kracauer es duro y solitario. Es el del arquitecto, consciente de su papel y desligado de los vaivenes y modas, que pone en duda permanentemente lo que se proclama como eterno y rechaza, al tiempo, lo que se le inculca, demasiadas veces, como la nueva modernidad. Y que, además, no confunde las livianas metas y los corrientes haceres profesionales con la caduca narrativa social creada de su “excelsa profesión”. Cuestión esta última solo conducente a la petulante sensación de creerse importantes y a una ignorante confusión y olvido de sus valores propios.
Siegfried Kracauer solo espera y atisba críticamente el horizonte. Y, además, sabedor humilde del riesgo de no llegar siquiera al puerto deseado. Pero ya solo esta actitud, de inteligente espera, le legitima en la batalla de la búsqueda de la lucidez imprescindible en todo proceso creativo.