En la cola del super mi colega, el ilustrado, me dice que la profesión
de arquitecto es de alto riesgo.
Me aclara que se refiere tanto a la arquitectura como a la disparatada y actual construcción de la arquitectura. Le pregunto si no son lo mismo y, como duda y se lía un poco, no insisto por ahí. Pero su tesis es que, en los últimos tiempos, el ejercicio diario de la profesión está propiciando los más variados trastornos, físicos y psíquicos, en muchos de sus adictos.
Presiento que a mi colega le ha dado hoy el bajón.
En voz baja me comenta que muchos compañeros están de psiquiátrico y de como, un buen número, son ya residentes habituales en este tipo de centros de salud mental. Y como hago que me interesa el tema, se explaya. Me transmite que, tras informase en buenas fuentes, los psiquiátricos son ahora los únicos “lugares seguros” para pasar esta locura colectiva que invade a todo el personal que ha flirteado y tonteado últimamente con la arquitectura.