Cuando yo era joven la carrera de arquitectura era una de la más chupiguay.
Para los que aspirábamos a ella, la arquitectura era la conjunción del
arte y de la ciencia, del disfrute personal
y del reconocimiento social. Todo ello bien fundido y encastado. Y además bien pagado.
La repera.
La soberbia no nos ha permitido, muchas veces, hacer nuestras otras formas
alternativas de trabajo e intentar impregnarlas de un espíritu propio. Cierto que
la valoración de un inmueble o un estudio de seguridad y salud no es un tema
especialmente áulico para el cultivo de la belleza, pero seguro que siempre
habrá algún resquicio para tunearlo. En la mayoría de los casos ni lo hemos han
intentado.
Tercer error: "Cuanto más mejor, y si se hace en menos tiempo mega-mejor". Cuando la coyuntura así lo ha permitido, los proyectos, las obras y las decisiones tomadas han carecido, y no nos ha importado, del tiempo de maduración que requerían.
Acuciados por el propietario, por la promotora, o por la administración,
hemos redactado planes, proyectos, contra-planes y contra-proyectos en tiempos
records en los que, difícilmente, era posible siquiera empaparse del espíritu
profundo de la cuestión y de reflexionar y repensar las cosas. El desastroso
resultado edilicio y nuestro menguante prestigio a la vista están.
A ella se apuntaban vocacionalmente unos y despistadamente otros, pero
todos soñadores de futuras glorias. Entre nuestros amigos, era una de las que
más molaba.
También existían otras profesiones aupadas al pedestal
de las "carreras buenas". Pero los futuros artistas las despreciábamos
un poco porque pensábamos que eran más grises y tristes. Su reconocida
relevancia económica no nos interesaba en demasía. Nosotros éramos más
progres y estábamos en otros temas.
La arquitectura se escribía, siempre, con A mayúscula y, desde antaño, los arquitectos habían ostentado un status de reconocimiento y
dignidad. La historia así lo demostraba. Incluso, en otros tiempos más recientes y difíciles, su sentido de la sensatez y del bien hacer los respaldaban.
Pero todo esto ha ido cambiando últimamente a peor. Los arquitectos
estamos, actualmente, probando el hierro del paro, la precariedad y una creciente
crítica social. Desde hace, al menos un par de décadas y descarnadamente en
los últimos años, nos hemos caído (mejor dicho, nos han tirado) del egregio pedestal
de antaño. Y parece que no quedará nadie ni para recoger los trozos rotos.
A los arquitectos del star-system y a los glamurosos ya se les contempla
con recelo por sus tantos disparates megalómanos y los descontrolados
dispendios económicos que provocan . Al resto solo se nos utiliza y apenas se nos contempla.
Y si se hace, generalmente, no es con grandes elogios.
¿Porque estamos donde estamos, sin pena ni gloria, e inmersos en este marasmo?.
Diré la primera razón que se me ocurre: porque nos lo hemos
ganado a pulso.También
diré una segunda: porque nos lo merecemos.
Lo
demás es engañarse y el intentar poner tiritas para detener una hemorragia.
Y no
saldremos de esta si no identificamos y asumimos primeramente nuestros errores.
Solo
citaré, por no aburrir, alguno de ellos:
Primer Error : Los mismos arquitectos hemos olvidado, en la mayoría de los casos, la cualidad fundamental de lo que es la arquitectura. Hasta hemos aceptado el que se nos encasille como una "profesión" más. Ya sé que en la sociedad actual no es posible ir por libre y sin el titulito. Y también que no se se trata de que todos los arquitectos nos creamos Borrominis o Palladios, pero hemos permitido, poco a poco, el soportar y el tener que dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a pura burocracia y papeleo en vez de poder pensar más en formas y espacios (a algunos, ni siquiera les ha dado tiempo a pensar).
Nos hemos "profesionalizado", pero a peor. Se nos cataloga, en
el mejor de los casos, como unos meros firmones a los que inexcusablemente hay
que acudir para tramitar papeles y permisos. De arquitectura, a veces, ni se habla.
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Segundo error: Endiosados y envueltos en nuestro arrogante papel de
"artistas", hemos ido renunciando a otros campos de actividad de "bajo
rango" para nuestras elevadas pretensiones.
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Tercer error: "Cuanto más mejor, y si se hace en menos tiempo mega-mejor". Cuando la coyuntura así lo ha permitido, los proyectos, las obras y las decisiones tomadas han carecido, y no nos ha importado, del tiempo de maduración que requerían.