En la Escuela de Arquitectura teníamos un profesor de Análisis de Formas que a la goma de borrar le llamaba el lápiz negativo. Era realmente un chistoso pero se enrollaba bien y a nosotros nos gustaba.
En una ocasión, y con afán de descubrir nuevas técnicas, nos propuso dibujar con caña. A tal efecto cada cual se consiguió su cañita (era muy fácil porque las huertas lindaban con la Escuela) y cual maestros del arte chino, o japones, grafiábamos figuras extrañas mojando la caña en la botellita de tinta china. Cada cual hacia el garabato que le parecía mas delirante y al rato semejábamos monjes del Tibet en búsqueda del nirvana. Hasta que llego el jefe del departamento, a media mañana, y llamando por su nombre exasperadamente al profesor, le dijo que ya bastaba (de aquellas sandeces quería decir).
Pero a nosotros nos gustaban estas experiencias nuevas, y además, no nos parecían sandeces. También porque como aquello no había quien lo entendiera, era imposible saber cuales eran los dibujos buenos o malos.