APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE

APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE



Impenitente : Adjetivo. Que persevera en un hábito.
Ausente : Nombre común. Aplicado a personas o cosas. De lo que se ignora si vive todavía o donde está



"Un artista verdadero es alguien que está preocupado por muy pocas cosas."
Aldo Rossi


"No habrá otro edificio"
Louis Kahn


“Nada es tan peligroso en la arquitectura como tratar los problemas por separado”
Alvar Aalto


jueves, 10 de enero de 2013

HISTORIAS DEL POLI (1). LOS SEMESTRES Y OTRAS LOGISTICAS

Cuando aterricé en el Poli de Valencia, a mediados de los años setenta, me dijeron que la carrera de Aquitectura, al igual que el resto de las impartidas en las otras escuelas  (ingenierías y otras bagatelas técnicas)  formaba parte de un ambicioso plan piloto docente. O algo así.

 Como neófito, y ansioso de futuras glorias en lo profesional, no le dí mayor importancia.

 

Solo cuando comenzaron las clases comprendí que aquello realmente si tenia algo especial y que los alumnos no solo éramos los conejillos de indias del experimento en cuestión sino, también, pura carne de cañón del famoso plan preconcebido, claramente, para el aniquilamiento mental e incubación de la más genuina paranoia en todo aquel que pasara por allí.

El nombre del insigne Rector que en aquellos años, conducía y tragaba con este disparate no merece la pena ni el reseñarse. Aunque si lo recuerdo perfectamente así como sus serviles tragaderas con el poder establecido. 

El plan de estudios de la Universidad Politécnica de Valencia (el Poli para los iniciados) se basaba, junto a otras infantiles normas, en un esperpéntico sistema de evaluación y en una fatua programación con pretenciosas reminiscencias de algún conocido campus internacional.

La denominación oficial del maldito programa piloto ni la recuerdo. Vulgarmente se le conocía con el descriptivo "por semestres" pues, como el sagaz lector ya habrá deducido, este era el desarrollo  cronológico de los estudios en las carreras impartidas.

Se podía pensar ingenuamente que eso de los "semestres" era, una vez más, solo ganas de complicar las cosas, cambiando unos nombres por otros para que al final resultara siempre lo mismo, costumbre esta muy querida por nuestras imaginativas autoridades. 

Como prueba del débil rigor de la propuesta, la primera y tonta paradoja consistía en que no eran realmente semestres, sino cuatrimestres y tres cuartos, "quintumestres" y medio, o lo que saliera, todo ello según las auroras boreales, los calendarios festivos, los equinoccios solares o desconocidas circunstancias aplicables según el año escolar en cuestión.

Cada semestre tenia entre cinco y seis asignaturas, y a veces, alguna más. Para obtener el titulo se debía transitar por diez semestres, teóricamente a razón de dos por año, lo que suponía un total de cinco años de docencia (y uno más de Proyecto Final de Curso en Arquitectura).

El primer semestre era común para todos los matriculados independientemente de cual fuera su carrera a estudiar. Nos juntaban pues, en unas aulas calurosas y sin ventanas, con los grises señoritos de caminos y con los aspirantes a telecomunicaciones o ingenierías de otros rangos. O sea, pasar un primer semestre con los ingenieretes y luego a seguir por las sendas del arte. O eso creiamos.

Pero la singularidad del macabro sistema residía en el régimen establecido para pasar de un semestre a otro y que consistía en que para ello se debían aprobar todas las asignaturas a la vez. De no ser así se repetía todo el semestre en cuestión y tanto las asignaturas aprobadas como las suspendidas, se volvían a cursar ( y a examinar).

Entonces comprobabas que aquella programación era como ir subido en una montaña rusa o como el pretender domar las insumisas teclas de un piano. Podía pasar, y pasaba, que en un semestre aprobaras tres o cuatro asignaturas y suspendieras una y al repetirlo todo otra vez, podía suceder y sucedía, el suspender entonces alguna de las asignaturas que ya aprobaste y aprobar la suspendida, por lo que aquel maldito sudoku no se dejaba completar fácilmente y tenias que volver de nuevo a la línea de salida y repetir el semestre con todas las asignaturas.


Este sistema era fuente de sólidos desequilibrios mentales en el personal y de una avanzada y creciente desesperación colectiva.

En este cruel desquiciamiento, el juego preferido consistía en calcular cuantos semestres necesitaría uno para acabar la carrera. Visto lo visto, una posibilidad muy admitida por la mayoría era la de repetir cada semestre una sola vez con lo que calculabas necesarios diez años. Esto ya se consideraba como un éxito. Si se te complicaba la cosa, como el no aprobar el semestre completo a la segunda o a la tercera, las combinaciones de los años necesarios para finalizar la carrera daban cifras de infarto.

Pero como la previsora máquina infernal implantada solo permitía repetir cinco veces un semestre (cuatro más uno de gracia, y a la quinta el obstinado repetidor iba directamente a la calle) siempre nos quedaba la esperanza de que más de cincuenta años no se emplearían en titularte (más uno de PFC en Arquitectura).