En mi paso por la Escuela de Arquitectura de Valencia la única asignatura, de la rama de Proyectos, que no aprobé a la primera fue la denominada como Proyectos II. Saqué un 4,75.
Y aunque el proyecto parecía de posible
interés, según me dijo el catedrático titular, me había puesto esa nota porque había fallado estrepitosamente en el tema de los armarios.
O sea, que a las viviendas que había proyectado les faltaban armarios.
Ni que decir tiene mi incredulidad por esos centimillos que me faltaban para el aprobado así que, para conseguirlos, en
Septiembre tuve que apretar alguna que otra habitación y vigorizar la presencia de los
dichosos armarios.
Eso y como castigo el resolver, también para Septiembre, un
imaginario colegio de enseñanza media en una imaginaria parcela de la que solo
se conocían sus dimensiones y que, como estaba en un desconocido limbo, carecía de cualquier inserción en trama urbana alguna y/o de la mínima imaginaria orientación.
Ese proyecto escolar fue un
ejercicio de prestidigitación. Los de mi curso en aquel entonces recordarán aquello del "colegio" y sabrán de lo que hablo. Este era en nivel docente por aquellos tiempos.
Vease, al respecto en este blog, el articulo Historias de la Escuela de Arquitectura de Valencia (3). Los Proyectos.
Pero desde aquellos días lo que no se me olvida es el poner armarios en las casas. Cuanto más armarios mejor. Armarios por aquí y por allá. En la entrada, en las las habitaciones y en el pasillo. Soy el rey de los armarios. Yo incluso, a veces, voy disfrazado de armario.
La presencia de un mayor o menor numero de armariadas puede ser, en muchas ocasiones, la balanza que determinara finalmente la compra, o no, de una esplendida vivienda o de un modesto apartamento. Y desde luego, en nuestra cultura local, una exigencia indiscutible. Afortunadamente, la tendencia actual minimalista de esconder a la vista todo aparato domestico y demás enseres, convirtiendo toda el hogar en un gran armariada, casa muy bien con las atávicas ideas que ya preconizaban nuestras abuelas.
Y es que no hay nada como la cara de felicidad del potencial
comprador de una vivienda cuando descubre que está llena de armarios.