viernes, 5 de enero de 2024

NUESTRO QUERIDO PROMOTOR LOCAL Y SU HABITAT NATURAL

 





La figura del promotor inmobiliario, en este país, podría ser digna de un tratado de sociología y psicoanálisis versado en audacia y supervivencia.

Para fijar bien el término, digamos que, en el sentido clásico, el promotor inmobiliario es esa persona, física o jurídica, que arriesgando su dinero propio o buscándolo en otras fuentes, pone en marcha y desarrolla todo el proceso edilicio adquiriendo el suelo, encargando los proyectos, tramitando las licencias y contratando las obras para, finalmente, rentabilizar el producto construido.

Pero ciertamente, y sobre todo desde las últimas décadas, estas tareas se han ido alterando. Todo ha cambiado bastante. 

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Cuando, allá por los años setenta, los jóvenes arquitectos pasábamos desde las cálidas escuelas de arquitectura a la frialdad de la calle, por estos lares se estaba produciendo un fenómeno muy curioso y que venía de lejos. Todo aquel, con posibles económicos, aspiraba a ser promotor inmobiliario. La coyuntura social y los vientos económicos parecían incitar a ello.

Y en esta tarea se afanaban multitud de candidatos, pues para ello solo era necesario reunir tres condiciones, si bien, no al alcance de todos y a saber : tener dinero fresco (o posible acceso a él), poseer elevadas dosis de atrevimiento, incluso rayando en la inconsciencia, y gozar de un ilimitado desparpajo verbal y existencial.

Otras gracias no eran estrictamente necesarias y las condiciones sociales de la época así lo permitían.