Cuando paseamos por la ciudad un calidoscopio de imágenes nos asalta y nos envuelve. Las arquitecturas, los neones, las marquesinas, se reflejan sobre las tersas superficies de cristal de los edificios y nos atrapan vertiginosamente. Las arquitecturas reflejadas en él y la incidencia de los rayos solares producen una secuencia de transparencias que, camaleonicamente, se van travestiendo conforme avanza el día. Son las formas de la ciudad sobre los paños cristalinos de los azules cobaltos de la mañana, de los celestes del mediodía y de los ocres y violetas del atardecer.