APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE

APUNTES PARA UNA ARQUITECTURA AUSENTE



Impenitente : Adjetivo. Que persevera en un hábito.
Ausente : Nombre común. Aplicado a personas o cosas. De lo que se ignora si vive todavía o donde está



"Un artista verdadero es alguien que está preocupado por muy pocas cosas."
Aldo Rossi


"No habrá otro edificio"
Louis Kahn


miércoles, 11 de diciembre de 2013

HACIENDO SITIO A NUEVOS OKUPAS. LAS OCHO LECCIONES DE QUARONI


Cuando, a finales de los setenta, Ludovico Quaroni publicó el libro "Proyectar un Edificio. Ocho Lecciones de Arquitectura ", una bocanada de cordura se propagó entre las revueltas aguas de las teorías y los aprendizajes necesarios para proyectar una obra de Arquitectura. El escrito fue como un bálsamo para la resaca de la embriaguez que, con tantos mensajes cruzados e incluso contradictorios, se nos había asaeteado en los últimos tiempos. Su halo de sensatez y de rigor nos devolvía a territorios conocidos y enfocaba, pristinamente, la mirada sobre como debía uno iniciarse y deambular en  este arte.

viernes, 25 de octubre de 2013

SILLAS, MESAS, Y OTROS CACHIVACHES DE ARQUITECTOS.





" Decía Mies van der Rohe que era más difícil diseñar una silla que un rascacielos. No puedo dar fe de ello porque no he hecho un rascacielos: pero puedo asegurar que diseñar una silla es una penosa labor."  
                                                                                                                  Alejandro de la Sota  
                                                                                                               
En nuestra Escuela de Arquitectura se incidía en que el secreto de la obra redonda y perfecta residía en cuidar y resolver bien todos sus detalles. Y aunque el matiz, ciertamente, parecía de Perogrullo el mensaje calaba al instante y nos empujaba a estos menesteres. Por ello, con celo y mimo, estudiábamos, analizábamos y hasta diseccionábamos las uniones y las juntas de los materiales, el giro del pasamanos en la mesetas de las escaleras, la inclinación del alambor en las terrazas catalanas (¡que antiguos que eramos!)  y toda solución constructiva que se presentara por muy mínima y banal que pareciera. Todo detalle tenia su corazoncito y como tal había que tratarlo.

Por último, y ya puestos en faena, era cuestión comúnmente aceptada que la felicidad total se alcanzaba si se podía completar todo el proceso y diseñar, al tiempo, el propio mobiliario y los demás accesorios del edificio.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

MAGGIE´S. LA ARQUITECTURA DE LA VIDA.



A Maggie Keswick  le disgnosticaron un cancer de mama en Junio de 1993.

La metástasis se extendió posteriormente a su hígado y a sus huesos. Con un pronostico de vida de tres meses, sobrevivió otros dieciocho y murió, en Julio de 1995 cuando tenia cuarenta y nueve años. Su póstumo relato "A View from the Front Line " es un conmovedor compendio de las sensaciones, quimeras, miedos, y esperanzas que experimentó en aquellos años.

Maggie fue la esposa de Charles Jencks, arquitecto e historiador de referencia de la arquitectura posmoderna y, colaborando en sus proyectos, alcanzó un personal y particular reconocimiento en temas de ordenación del paisaje.

La actividad profesional de Jenks, la voluntad de resistencia de Maggie contra la enfermedad, y el común y acusado espíritu de solidaridad con los enfermos en similares circunstancias, hizo que aún en lo trágico de su particular situación, ambos sintieran la necesidad de explorar y profundizar en como ayudar a mejorar los protocolos y las terapias de curación del cáncer, y en el papel que la arquitectura podía desempeñar en esta lucha. Este fue el germen de los Maggies Cancer Caring Center conocidos familiarmente como los Maggie´s.

viernes, 19 de julio de 2013

¿ES EL CERTIFICADO ENERGETICO EL TIMO DE LA ESTAMPITA?



En su inefable película "Los que tocan el piano" Tony Leblanc era un maestro interpretando el timo de  "la estampita".

En esta modalidad de estafa, la victima era generalmente un paisano de provincias, recién descendido del tren en la gran ciudad, que era abordado por un personaje con supuestas y escasas facultades mentales, el tonto, y que le mostraba un sobre con gran cantidad de billetes (de los de mil pesetas) a los que no daba ninguna importancia y que decía que eran "estampitas" del niño Jesús.

Entonces entraba en escena el segundo timador, el listo, que convencía a la víctima para engañar al tonto ofreciéndole una pequeña cantidad de dinero a cambio de ellas. Azuzado por la codicia el ingenuo paisano le compraba las "estampitas", pero cuando tras "engañar al tonto" abría el sobre, en un apartado posteriormente, en lugar de los billetes solo encontraba recortes de papel. Naturalmente, tras el cambiazo, el tonto y el listo ya habían desaparecido llevándose su dinero.

Con todo lo dicho, si Tony Leblanc interpretara nuevos timos en actuales versiones cinematográficas, seguro que podría incluir el del Certificado Energético. Y no hay que tener mucha imaginación para saber quien sería cada cual en esta farsa oficializada. El  timado, una vez más, el ciudadano de turno, el listo nuestra querida Administración y el tonto (y nunca mejor dicho) los "certificadores energéticos". 

Y todo, naturalmente al olor del metal dorado, y de paso, tenernos entretenidos.


                                                    

Nuestros filibusteros propios (políticos y otros chupopteros que tienen que justificar sus injustificables sueldos) siempre han sabido manejar las palabras, y cual trileros, marearnos.

Las últimas palabras mágicas y en boga son la sostenibilidad ambiental, la ecología del habitat, el agujero de la capa de ozono, la autosuficiencia y otras tantas parecidas que, en nuestra pacata sociedad, aún triunfan.

Arropados por las directivas europeas (en Bruselas también tiene que justificar el sueldo), y con los tiempos que corren de autocontención y ahorro,  han visto el nuevo filón y,  por el bien nuestro y el de la humanidad mundial, ahora toca lo de la Certificación Energética de las Edificaciones.

Se nos dice que es para de evaluar (es decir decir controlar) y registrar la cualidad energética que poseen nuestros inmuebles. Incluso se han inventado un registro para ello y una cursi clasificación con letras de colores. Y hasta nos proponen posibles alternativas técnicas y constructivas (todavía no obligatorias) para su mejora y así salvar a humanidad de los mayores males. Todo muy loable y sensato. Lo de Kioto son minucias frente a esta magna operación.

Y resulta que uno, en principio, se lo cree. Y hasta puede que la intención sea útil y necesaria. Pero como dice el refrán " del dicho al hecho hay un gran trecho", y como siempre suele pasar en estos casos el niño ha nacido mediante cesárea y descaradamente espabilado.

La mecánica del proceso  de certificación energética sigue los cánones del timo de la estampita pero con matices más maquiavélicos. Lo bueno está en que, en esta  nueva modalidad, el listo también engaña al tonto. Para ello, primero, se busca el "proto-tonto" que avale todo el protocolo mediante la pátina de sus conocimientos y/o titulación. Como el maná pecunario promete ser suculento, y para no cabrear a tantos posibles tontos (aquí quieren serlo casi todos por lo que pueda caer), se abre el abanico y el tonto puede ser, desde un  API listillo, un aburrido perito agrónomo, un ingeniero de telecomunicaciones en paro, otro de caminos, un ávido economista, un administrador de fíncas, naturalmente un arquitecto (los hay a cientos por castigo), e  incluso si hace falta,  hasta el más insigne Master por la London Bussines School. Dicen que es por lo de la liberalización y la libre competencia, pero me parece más por la socialización de tanta carroñeria. Así que lo de menos es lo que sepa cada uno, o si es de la talla S o XXL. Se les asegura que habrá café, copa y puro para todos.

viernes, 5 de julio de 2013

ARQUITECTURA MILITAR EN ESPAÑA Y LAS MEMORIAS DEL SARGENTO ARQUITECTILLO.




1.- ARQUITECTURA MILITAR EN ESPAÑA.

Es conocida la respuesta de Clemenceau a la pregunta de un periodista respecto de ciertos aspectos absurdos de la justicia militar. El político contestó : “La justicia militar es a la justicia, lo que la música militar es a la música”.

O sea, nada.

Modestamente, me permito extrapolar el concepto y decir algo similar respecto de la arquitectura militar nacional. Quien más y quien menos, ahora tal vez menos por la objeción y esas cosas, que haya tenido contacto y vivencias con esta arquitectura muy posiblemente secundará mi opinión.

domingo, 23 de junio de 2013

GHYCA. LA PROPORCION Y LOS RITMOS



Estudiar los cánones de la proporción y de los ritmos arquitectónicos, tendiendo los puentes que conducen desde las antiquísimas construcciones egipcias y griegas hasta el mismo Le Corbusier, transitando por el prerrománico, el gótico, el naturalismo nórdico o el protorracionalismo, puede parecer un laborioso y arriesgado ejercicio con doble salto mortal incluido. Y qué para montar este puzle se recurra, entre otros, a un sabio de Lemos, a Platon, a Pacioli o a Fibonacci y, además, que el gurú y guía de este recorrido sea un erudito y excéntrico diplomático rumano, hace que todo resulte aún más sorprendente.

Pues todo ello sucede cuando se lee a Matila Ghyka.

Si uno se sumerge en su dos libros fundamentales, "El Numero de Oro" y "Estética de la Proporciones en la Naturaleza y las Artes", a la caza de referencias sobre las geometrías y las proporciones históricas de la arquitectura pronto queda atrapado en un intrincado mundo de escuelas iniciáticas, doctrinas panteístas, teoremas, progresiones numéricas, pentágonos e icosaedros o en gremios y logias secretas que, desde tiempos remotos, se han ido sucediendo en la búsqueda de la Razón y de las Proporciones realmente supremas y universales.

jueves, 16 de mayo de 2013

FITTING ARQUITECURAS

Las palabras, a veces, no bastan para decir. En la arquitectura, desde luego, no son las que hablan. Encajarla con el hombre, y viceversa, se torna difícil de vez en cuando. Pero no importa demasiado, porque el sentimiento último suele, casi siempre, ser el mismo.
                                                        
   
                           



lunes, 22 de abril de 2013

ARQUITECTAS Y ARQUITECTOS


                                                     



Una amiga y colega me propina un rapapolvo cuando, ante terceros y en un descuido, la presento como "arquitecto".

Tiene toda la razón. La Real Academia de la Lengua bien indica que la acepción "arquitecta" existe. Y, además, es una palabra muy bonita. Así que, desde entonces, mido más mi vocablo en estas situaciones y desde luego cuando se trata de la mentada, no sea que pase de las palabras a los hechos y me arree con el bolso, o peor aún, me clave el compás.

Bromas aparte, esta liviana anécdota me ha llevado a rumiar un poco sobre las arquitectas.

En mis primeros años en la Escuela de Arquitectura, allá por el setenta y cinco, la presencia femenina en nuestras aulas era casi inexistente.  En el  primer curso, de más de cien individuos, solo "teníamos" dos chicas. Y la cosa era tan singular que aun recuerdo bien sus nombres : Margarita e Isabel. Aquella excepción duró muy poco tiempo, pero mientras tanto, ambas eran como dos ínsulas perdidas en aquel océano de masculinidad y de tanto moscón.

miércoles, 6 de marzo de 2013

PAUL RUDOLPH Y LA ESCUELA DE SARASOTA




"Nunca pueden resolverse todos los problemas.... Por cierto, es una característica del siglo XX, que los arquitectos sean altamente selectivos en determinar que problemas quieren resolver. Mies, por ejemplo, hace edificios magníficos solo porque ignora muchos aspectos de los mismos. Si resolviera más problemas, sus edificios serían menos potentes." 
                                                                                                                        Paul Rudolph

Paul Rudolph (Elkton, Kentuky 1918 - Nueva York 1997), siempre ha sido  un arquitecto controvertido. Aupado en su día, después relegado, y últimamente en creciente reconocimiento, su obra no deja indiferente a nadie. Su edificio  para la Yale´s Art and Architecture School, de la que fue decano, sigue siendo objeto de polémicas controversias y de alguna que otra leyenda urbana. En su día corrió el malévolo rumor de que el incendio que lo devastó, en 1968, fue producido por algún estudiante harto de su insufrible "funcionalidad".


Yale´s Art and Architecture Scholl. 1963.Paul Rudolph. © AIA


lunes, 11 de febrero de 2013

LA CALLE DE QUART Y LA GRAN VIA. UNA HISTORIA IMPOSIBLE



Mi colega, el ilustrado, se pone hoy en plan fino y me indica que las calles son como venas que discurren por la ciudad. Me señala también que son el negativo del volumen de los edificios que la conforman y que sus límites son, lógicamente, la fachadas. Vale, le digo, eso ya lo sabemos.

Impávido, continua disertando sobre las cualidades de las fachadas. Me explica como los maestros del Movimiento Moderno señalaron la existencia de una más, la quinta, la de cubierta, dándole tanta importancia como a las restantes. Cuando le pregunto, maliciosamente, el porque de tanta alharaca, pues esa fachada no se ve desde la calle, me dice que su importancia radica en que es la que ve Dios desde arriba. (Aquí le pillo, y se mosquea, porque admite que la frase no es suya).

Como revancha me epata comentando que, en algunos foros, se habla y se estudia seriamente acerca de  otra fachada más desconocida: la vista desde el interior del edificio, es decir, la perteneciente al envés del cerramiento.  En su opinión es todavía una asignatura pendiente entre tanto neófito.

Así que, apunto en mi libretita el repasar todo esto del valor ambivalente de las fachadas y de los espacios que conforman las calles y plazas: También, que no hay que quedarse con los cuatro alzados de siempre.

Con todo, de esta conversación saco un poco de pecho, y por mi cuenta, empiezo a buscarle corolarios al tema. Uno, que encuentro simple y conocido, es el valor didáctico que los cerramientos poseen. Didáctico, no solo por la posible clasificación que permiten del edificio sino por el aprendizaje continuo que la presencia de sus ritmos, sus escalas, sus texturas y otras cualidades también ofrecen, de tal forma que nos hacen amar o aborrecer a un edificio, sentirnos confortables al pasar por su lado, o no cogerle nunca el paso.

Me sigo animando y rumio la variante de la calle como salón-escaparate. Esta me parece muy fácil y ya estudiada, así que me abstengo de comentársela.

Mi ilustrado colega me dice, finalmente y en tono un poco cursi, que cuando todas estas cualidades, espacio, pedagogía, exposición (y alguna más que según él ya aprenderé) confluyen en un ámbito público uno puede llegar a sentirse,  al transitarlo, como propios los ángeles. Y todo lo contrario si el lugar es más bien torpe y  descuidado. Lo veo muy natural y creo que en esto tiene bastante razón.

Como deberes, ante mi ignorancia manifiesta, mi colega me impone citarle ejemplos locales. Así que empiezo a rememorar algunos de estos trocitos de cielo, o de desdicha, de nuestra querida Valencia.

Y me parece que las calles y plazas que son guais en Valencia son fácilmente reconocibles por su reiterada popularidad y aceptados valores. El protomodelo de nuestra ciudad es la calle de la Paz. Es una vía equilibrada, sosegada, elegante y sin estridencias formales. El pasear por ella es una buena terapia (aún con el excesivo tráfico en algunas horas). Con la progresiva recuperación de sus edificios su armonía ha sido constante y creciente. Su espacio es continuo y uniforme.

El caminar por esta calle, hacia la plaza de la Reina con la perspectiva de la torre de Santa Catalina al fondo es, como diría mi ilustrado colega, un agradable e inteligente recorrido.

Calle de La Paz .Valencia.©Flirk

Otro trocito de gloria de nuestra ciudad es la Plaza Redonda. Aun con sus reducidas dimensiones es un espacio pleno y sin fisuras, y su forma circular una de la más perfectas y bellas posibles. Uno recuerda inmediatamente otros espacios similares, de mayor escala, como el existente en el Palacio de Carlos V en Granada, y siente que esta recoleta plazoleta no le desmerece en nada (aunque mi colega disiente parcialmente de ello y así me lo indica).  

La Plaza Redonda. Valencia© Wiki



Archivo: Patio Paleis Karel V.jpg
Palacio de Carlos V. Granada.© Wiki


Finalmente busco algún ejemplo contrario en nuestra urbe. Esos trozos de ciudad que nacen rotos, o que con el paso del tiempo, se rasgan. Lugares insulsos que enervan su entorno y a sus transeúntes. Y rememorándolos observo que realmente hay muchos de ellos y que lista es larga. : la desmantelada Plaza de La Reina, la aborrecible c/ de Colón, la inexistente Plaza de España......

Otro de estos espacios melifluos, que transito a menudo, es el encuentro entre la calle de Quart y la Gran Vía de Fernando el Católico. Y como lo tengo tan visto y aborrecido me explayo un poco en él.

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La calle de Quart, como bien sabemos, es una calle de referencia en Valencia. Comienza en las torres del mismo nombre y se asienta sobre la huella del antiguo camino que, desde la ciudad, se dirige hacia el Oeste. La puerta de Quart era una de las principales, junto a la de Serranos de salida al norte, la de San Vicente hacia el Sur y la Puerta del Mar hacia el este. El tráfico proveniente de Castilla accedía a la ciudad por ella.


Las Torres desde la c/ de Quart.©Pablo J. Lopez Hernandez 

Cuando en 1838 se derribaron las murallas cristianas que ceñían la ciudad, esta comenzó a expandirse desigualmente por sus aledaños mediante ensanches, acertados unos, dudosos otros, pero siempre realizados a golpes de voluntad y, generalmente, con escasos medios económicos. El primer ensanche en la zona de las Torres de Quart se fué consolidando con la calle Turia como eje y, a mediados del siglo pasado, la naciente Gran Via de Fernando el Católico, nuevo cinturón de ronda, y la calle de Quart se encontraron.


La Gran Via (izquierda) y la c/ de Quart (derecha) . Convento de Minimos de
 San Sebastian (abajo) . ,Jardin Botanico y c//Beato Gaspar Bono (arriba derecha)© Google earth

En el encuentro entre estos viales se ha ido conformando, con el transcurrir de los años y las nuevas construcciones, un ensanchamiento, una expansión de la calle. Sus causas son tan prosaicas como que el cruce entre ambas no se produce perpendicularmente, que el edificio situado en su lado norte no se ciñe a la traza de la calle de Quart y por el repentino retranqueo edilicio creado en su frente sur, junto al Convento de Minimos (seguramente para dejar expedita la salida de las dependencias traseras de este). 

Realmente es un espacio raro.

Aún así, este ensanche trapezoidal ofrecía la oportunidad de convertirse en un espacio de transición, amable y equilibrado, en la entrega de la estrecha calle a la amplia Gran Vía y a modo de antesala. La cosa prometía por la existencia en su perímetro del Jardín Botánico y del Convento de Mínimos de San Sebastián.

Finalmente no ha sido así. Las desafortunadas ordenanzas, la confusa resolución de sus frentes y otros infortunios han propiciado que, tras más de cuarenta años de espera, la oportunidad halla resultado fallida.

Lo primero que se advierte, al ir entrando en la calle Quart, desde la Gran Vía, es un desequilibrio de volúmenes.

La calle de Quart desde la Gran Via © Pablo J. Lopez Hernandez


jueves, 10 de enero de 2013

HISTORIAS DEL POLI (1). LOS SEMESTRES Y OTRAS LOGISTICAS

Cuando aterricé en el Poli de Valencia, a mediados de los años setenta, me dijeron que la carrera de Arquitectura, al igual que el resto de las impartidas en las otras escuelas (ingenierías y otras bagatelas técnicas), formaba parte de un ambicioso plan piloto docente. O algo así.

 Como neófito, y ansioso de futuras glorias, no le dí mayor importancia.

 

Solo cuando comenzaron las clases comprendí que aquello realmente si tenia algo especial y que los alumnos no solo eramos los conejillos de indias del experimento sino, también, pura carne de cañón del famoso plan preconcebido, claramente, para el aniquilamiento mental e incubación de la más genuina paranoia en todo aquel que pasara por allí.

El nombre del insigne Rector de la Universidad que, en aquellos años, conducía y tragaba con este disparate no merece la pena ni el reseñarse. Aunque si me me acuerdo de él y de sus serviles tragaderas con el poder establecido. 

El plan de la Universidad Politécnica de Valencia (el Poli para los iniciados) se basaba pues, junto a otras infantiles normas, en un esperpéntico sistema de evaluación y en una fatua programación con pretenciosas reminiscencias de algún conocido campus internacional. La denominación oficial del maldito programa piloto ni la recuerdo. Vulgarmente se le conocía con el descriptivo "por semestres" pues, como el sagaz lector ya habrá deducido, este era el desarrollo cronológico de los estudios en las carreras impartidas.

Se podía pensar ingenuamente que eso de los "semestres" era, una vez más, solo ganas de complicar las cosas, cambiando unos nombres por otros para que al final resultara siempre lo mismo, costumbre esta muy querida por nuestras imaginativas autoridades. Como prueba del débil rigor de la propuesta, la primera y tonta paradoja consistía en que no eran realmente semestres, sino cuatrimestres y tres cuartos, "quintumestres" y medio, o lo que saliera, todo ello según las auroras boreales, los calendarios festivos, los equinoccios solares o desconocidas circunstancias aplicables según el año escolar en cuestión.

Cada semestre tenia entre cinco y seis asignaturas, y a veces, alguna más. Para obtener el titulo se debía transitar por diez semestres, teóricamente a razón de dos por año, lo que suponía un total de cinco años de docencia (más uno de Proyecto Final de Curso  en Arquitectura).

El primer semestre era común para todos los matriculados independientemente de cual fuera su carrera a estudiar. Nos juntaban pues, en unas aulas calurosas y sin ventanas, con los grises señoritos de caminos, con algún que otro aspirante a telecomunicaciones y con ingenierías de otros rangos.

O sea, el plan era pasar un primer semestre con los ingenieretes y luego a seguir por las sendas del arte.

Pero la singularidad del macabro sistema residía en el régimen establecido para pasar de un semestre a otro y que consistía en que para ello se debían aprobar todas las asignaturas a la vez. De no ser así se repetía el semestre en cuestión y tanto las asignaturas aprobadas, como las suspendidas, se volvían a cursar.

Entonces comprobabas que aquella programación semestral era como ir subido en una montaña rusa o como el pretender domar las insumisas teclas de un piano. Podía pasar, y pasaba, que en un semestre aprobaras tres o cuatro asignaturas y suspendieras una y al repetirlo, podía suceder y sucedía, el suspender entonces alguna de las asignaturas que ya aprobaste y aprobar la suspendida, por lo que aquel maldito crucigrama no se dejaba completar fácilmente y, constantemente, tenias que volver a la primera linea de salida : repetir el semestre con todas las asignaturas otra vez.


Este sistema era fuente de sólidos desequilibrios mentales en el personal y de una avanzada y creciente desesperación colectiva.

En este cruel desquiciamiento, el juego preferido consistía en calcular cuantos semestres necesitaría uno para acabar la carrera. Visto lo visto, una posibilidad muy admitida por la mayoría era la de repetir cada semestre una sola vez con lo que calculabas necesarios diez años. Esto ya se consideraba como un éxito. Si se te complicaba la cosa, como el no aprobar el semestre completo a la segunda o a la tercera, las combinaciones de los años necesarios daban cifras de infarto. Pero como la previsora máquina infernal solo permitía repetir cinco veces un semestre (cuatro más uno de gracia, y a la quinta el obstinado repetidor iba directamente a la calle) siempre quedaba la esperanza de que más de cincuenta años no emplearías en titularte (más uno de PFC en Arquitectura).